Salvador Ulayar, ante la puerta de su casa pintada ("Fuera los conquistadores españoles") por "patriotas vascos" en Etxarri-Aranatz (Navarra), donde ETA asesinó a su padre en 1979 |
Caminamos estos días por el filo de la Historia. Y de cómo gestionemos los acontecimientos que nos está tocando vivir dependerá en buena medida la calidad de la sociedad que dejemos a quienes vengan detrás. En esa sociedad posterior a ETA por la que todos suspiramos debe haber vencedores y vencidos. Como diría Joseba Arregui, sólo de ese modo la “narrativa de la Historia” hará justicia al pasado que hemos padecido, y permitirá que las futuras generaciones afronten con garantías el futuro.
Lo que parece claro es que la hipoteca tan brutal que ha extendido ETA sobre el conjunto de la sociedad española no puede cancelarse de un día para otro como si aquí no hubiera ocurrido nada. Estamos hablando de 850 muertos, de decenas de secuestrados, de cientos de heridos, de miles de familias que han convivido durante décadas con el miedo, con la extorsión, con la impotencia. Estamos hablando de un éxodo terrible y silencioso. Estamos hablando de pueblos y de barrios que no conocen la libertad, de una multitud de ciudadanos que todavía hoy no pueden decir lo que piensan, a veces ni en su propia casa. Muchas veces nos hemos recordado a nosotros mismos que todo ese sufrimiento podía tener algún sentido; que tanta sangre derramada serviría para algo si los vivos manteníamos el recuerdo y los ideales de los asesinados; que aún había esperanza si impedíamos que los terroristas y sus secuaces pudiesen imponer el proyecto político que les llevó a poner las bombas y a emplear las pistolas. Es verdad que las cosas han ido mejorando, y que las fronteras están hoy más claras que hace unos años, y que buena parte de la sociedad se ha sacudido el miedo. Sin embargo, muchos tienen la impresión de que hoy existen más motivos que nunca para la desesperanza.
Es preciso que haya vencedores y vencidos, sí, pero, como ya han dicho y han escrito otras personas, quizá resulta que los vencidos somos nosotros –los demócratas, los amantes de la libertad, los que hemos llorado a los muertos-, y que los vencedores son ellos, los que ahora van a volver a los ayuntamientos, los que van a sanear con dinero público su maltrecha economía, los que ya disponen del censo electoral para seguir intimidando a cualquiera que no piense como ellos. No hay más que observar las celebraciones que siguieron al pronunciamiento del Tribunal Constitucional: mientras los vivos nos estremecíamos frente a la pantalla que nos dio la noticia, aquellas primeras reacciones ya fueron como nuevas paletadas de tierra sobre las tumbas de los muertos. “¡Qué solos se quedan los muertos!”, se quejaba hace años Pilar Ruiz, la madre de Joxeba Pagazaurtundua, a Patxi López, el actual lehendakari. Es verdad: qué solos se quedan, especialmente ahora, cuando hasta cabría pensar que su muerte no ha servido para nada. O peor aún: ha servido para que los verdugos puedan presentar con toda normalidad su proyecto político, como si fuera razonable y legítimo defender unas propuestas que están escritas con la sangre de cientos de inocentes. Pero sí, hay que convenir que, en alguna medida, ETA lo ha conseguido. Para ellos sí que han tenido sentido estos últimos cincuenta años. Qué paradoja tan terrible que el etarra Errandonea agite risueño una pancarta de Bildu al salir de la cárcel mientras las víctimas de sus compinches digieren la humillación en la soledad de sus hogares. ¿Quiénes son los vencedores y quiénes los vencidos?
No puede darnos igual que en los escaños que hace no mucho ocupaban tantos concejales o parlamentarios que se jugaron la vida –y que en algunos casos la perdieron- se sienten dentro de pocos días los que celebraron su muerte. Algunos jueces seguirán creyendo que “no están contaminados”, pero ya se encargarán los acontecimientos de deshacer sus dudas. Los vivas a los presos que se han escuchado en varios actos electorales o la foto de Errandonea son sólo un anticipo de lo que se avecina. Hay antecedentes copiosos como para no esperar otra cosa.
Este es el triste panorama que nos espera a partir del 22 de mayo, con independencia de cuáles sean los resultados. Es grave que quienes han contemporizado con la actividad criminal de ETA se presenten a las elecciones. Y no es una exageración hablar en estos términos: basta con recordar las afirmaciones que hizo sobre Bildu el ministro del Interior antes del fallo del Constitucional. Por ejemplo: “Siempre dije que la ilegalizada Batasuna tenía que romper con ETA para regresar al juego democrático y, según el Tribunal Supremo, esto no se ha producido con la suficiente claridad y por eso todavía se le dice que no. Hay que demostrar que la ruptura es total y definitiva y eso no se ha hecho todavía”. En fin. Es muy grave que se presenten y que salgan elegidos, pero aún sería más ignominioso que alcanzaran responsabilidades de gobierno en ayuntamientos o en donde sea. Nadie debería tenerlos en cuenta en sus cábalas electorales ni en los posibles pactos posteriores al 22M. Lo contrario –tratarlos como si fueran un partido más– sería la derrota definitiva. ¿Estaremos a la altura de la Historia?
Pilar Aramburo
Ana Caballero
Rafael Doria
Ramón Ibarrola
Chon Latienda
Rodrigo Lería
Patxi Mendiburu
Salvador Ulayar
Cecilia Ulzurrun
1 comentario:
muy buena la foto, Patxi. Costará, mucho más allá del final de ETA, pero el nacionalismo vasco tendrá que hacer su travesía del desierto.
Serafín
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