viernes, 22 de enero de 2010

Tamborrada 2010, un rayo de esperanza (act.)


Desde el 76 al 88 he vivido en Guipúzcoa, y desde el 79, en San Sebastián. Nueve años durante los cuales siempre he intentado disfrutar de la tamborrada. Y casi siempre lo he conseguido. Excepto las veces que intenté entrar en la Plaza de la Constitución. Aquella plaza estaba "tomada": pancartas a favor de ETA por todos los sitios.
Recuerdo un año en el que la plaza estaba atravesada por cuerdas de las que colgaban muñecos que representaban a Guardias Civiles ahorcados. Sí. ¿Verdad que no os lo creéis? Pues era absolutamente normal. Si querías disfrutar en primera fila de la fiesta, tenías que pasar por las "Horcas Caudinas" (nunca mejor dicho) impuestas por los proetarras. Y la gente tragaba. Y celebraba la fiesta como si nada.
Fueron los años de plomo, cuando ETA mataba a mansalva: durante los años que viví en Guipuzcoa ETA asesinó a 563 personas.
Y la Plaza de la Constitución seguía tomada por los amigos de los asesinos. Y la gente como si el asunto no fuera con ellos. En cuanto Gaztelubide iniciaba los compases de la Marcha de Sarriegui: "Sebastian bat bada zeruan, Donosti bat bakarra munduan...", el personal se ponía a cantar y bailar. Aquí no pasa nada.
En 2020, el rayo de esperanza de 2010 se muestra ya mucho más luminoso. La presencia de los indeseables es, al menos, evitada por las cámaras:
(Tamborrada 2020)
¡ETA se había convertido en parte del paisaje!
Tras dejar San Sebastián, he seguido con pena las retransmisiones por televisión de las Tamborradas. Y he comprobado que los amigos de los asesinos seguían campando a sus anchas.
Muchas veces he comentado: "mientras la Tamborrada de San Sebastián siga como hasta ahora, no creeré en ningún cambio real por mucho que hablen los políticos de que las cosas ya no son lo que eran".
Hoy, en la Tamborrada de 2010 he visto por fín un intento claro, decidido, de que las cosas sean de otra manera. No lo han conseguido del todo, pero confío en que los donostiarras, ayudados por sus instituciones, lo consigan en próximas ediciones.
Eskerrik asko, Donostia!

Actualización No-Tamborrada 2021
Resucitar al padre                                                                                                    Chapu Apaolaza
Hoy no es 19 de enero porque no hay nervios, ni palillos, ni barriles por casa, ni Beñat del Coso planchará el uniforme de la tamborrada de Jai Alai. En la puerta de Euskal Billera, en la quietud de los primeros compases de la Marcha, no se escuchará a lo lejos los obenques chocar contra los mástiles de los veleros del muelle de Donosti, que es a lo que suena el noroeste, ni sonará Tatiago por la calle Mayor, que es donde mejor suena. Mañana será el día de San Sebastián, y no.
Ahora que soy padre, vengo recordando las cosas que hacía con el mío, incluso las cosas que hacía por mi padre, por ejemplo, esta noche: vestirnos juntos de cocinero, discurrir acerca del ritmo de esta u otra tamborrada, tomarnos un cubata en el Náutico, llegar al muelle, saludar a los amigos, emprender la Marcha y retrasar de manera tan deliberadamente los dos primeros golpes de barril plam-plam, que así, sonando tan lentamente, podía creer uno que ese momento sería para siempre y siempre se repetiría.
Hay una historia que empieza el día en que toco junto a mi padre la primera Marcha de San Sebastián en el tablado de ‘La Consti’ y que se termina el día en que se retira a mitad del desfile. Lo veo volver casa, derrotado, y le pesa hasta el clavel azul que mamá le había prendido sobre el pecho con un alfiler. Escribió Javier Ancín sobre las veces que haces cosas por última vez sin saber que son las últimas, pero esa vez, yo lo sabía. Desde entonces, todos los 19 de enero basculan torpemente entre ese primer día y el último, como la vida que no es más que lo que va del principio al final. La Tamborrada, San Fermín y el resto de fiestas consisten deliciosamente en hacer las cosas que hicieron nuestros padres y los padres de nuestros padres, y también saber que algún día las harán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y una cadena de hombres y mujeres gozosamente humana. Defiendo la cultura de la tradición porque soy hijo y porque tengo hijos, ¡acaso les parece poco! Qué gilipollez es eso de matar al padre; ojalá yo pudiera resucitar al mío.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuesta entender que opciones violentas se mantengan en activo en nuestros tiempos, me alegro mucho de que las cosas vayan cambiando, es muy malo acostumbrarse a vivir con miedo, Saludos,
Julia

Anónimo dijo...

Grande Pachi, grande Chapu, y grande Leyre.