domingo, 6 de marzo de 2011

El crimen de Atondo: últimos momentos de Toribio Eguía (3)

                                             "Garrote vil", cuadro de Casas. Ejecución de Peinador. Barcelona, 1891. 
Juan Cancio Mena,
defensor de Eguía
Tras la sentencia del 12 de enero de 1885 de pena de muerte a garrote, el abogado defensor Sr. Mena fue interponiendo recursos aludiendo a las especiales circunstancias de su defendido. Pero todo fue en vano.
Nueve meses después, el 14 de octubre de 1885, se podía leer en la prensa de Navarra (Eco de Navarra y Lau-buru) que, tras agotar todos los recursos, el abogado defensor de Eguía había enviado un telegrama la tarde del día 12 al Presidente del Consejo de Ministros para que éste interesara el ánimo del Monarca (Alfonso XII, quien murió unas semanas después) en favor de su defendido. Telegrama que, a pesar de que fue apoyado por otros del Gobernador Civil, del Sr. Obispo, y del Vicepresidente de la Diputación, antes de las 11 de la noche fue contestado con el del Sr. Cánovas en el que manifestaba que "con el mayor sentimiento no había podido aconsejar a S. M. el Rey el indulto solicitado".
Fue el último cartucho, el último intento de detener la imparable maquinaria.
El 15 de octubre, a las 8'30 de la mañana, Toribio Eguía era ajusticiado fuerapuertas, en la Vuelta del Castillo, al lado del Portal de Taconera.

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Lo que vais a leer a continuación fue publicado el 16.10.85 en el diario de Pamplona "Lau-buru". El periodista, impactado por las escenas que, muy a su pesar, había tenido que presenciar, hace un relato excepcional de los últimos momentos de Toribio. Merece la pena seguir la narración de este cronista anónimo sin interrupciones. Símplemente he colocado unas notas para que, una vez leído, podáis completar la lectura con algunos datos del Eco de Navarra, o bien, observaciones mías. Sólo he corregido algunos errores evidentes, conservando el estilo y la grafía de la época.


[Confesamos que, al empezar á escribir, jamas hemos experimentado una emoción semejante á la que en estos momentos embarga nuestro ánimo. Tiembla nuestra mano y la pluma no sabe trazar la exposición de los hechos y circunstancias que nos proponemos narrar, cumpliendo el deber que tenemos para con nuestros lectores.
Triste y penosa tarea la nuestra.
Y á la vez difícil para quien, dominado por la emoción que le causara un espectáculo que jamás hubiera presenciado, si en cierto modo no se viese precisado á ello, no puede dominar el tropel de ideas que luchan en su cerebro, ni mucho menos alejar la lúgubre imagen, que la mente guarda, del ajusticiado.
Pero tenemos un deber y hemos de cumplirlo.

Anteayer al oscurecer, hora á que alcanzaban las noticias que dimos en el número anterior, Toribio Eguía se hallaba, como hasta entonces, tranquilo y resignado.
A las 8 de la noche (1) hizo testamento ante el notario D. Polonio Escolá y los Sres. D. Miguel Bissié, presbítero, y D. Ricardo Segura, médico, los cuales sirvieron de testigos.
A las 9, poco más o menos, se le sirvió la cena; Eguía comió con apetito (2), y durante la cena, así como anteriormente, seguía recordando el crimen de Atondo -así decía él- reconociendo su gravedad y la justicia con que le había sido impuesta la terrible pena que iba á sufrir al día siguiente.
Más tarde fue visitado por el señor gobernador civil, quien entregó al presbítero Sr. Hugalde, confesor del reo, una imagen, en tela, del Sagrado Corazón de Jesús, con una inscripción que decía: "Vénganos el tu reino", para que antes de la ejecución se la pusiera á Eguía en el pecho.

...le concediera una buena muerte.
Desde entonces Eguía apenas habló con otras personas que con los sacerdotes. Su ánimo continuaba relativamente tranquilo y no cesaba de hablar de sus asuntos espirituales. Rezó el Rosario con grandísima devoción. Era el segundo que rezaba en aquel día, pues él espontáneamente había dicho después de ser puesto en capilla, que antes de morir quería rezar las tres partes del Rosario.
Él mismo por la tarde había dicho desde la ventana de su cuarto á los presos que estaban en el patio, que rezasen el Rosario pidiendo á Dios le concediera una buena muerte.
Esto lo hizo por indicación del canónigo don Angel Elduayen quien, al visitar al reo, fue reconocido por él, después de muchos años que no se habían visto. Eguía además rogó al señor Elduayen que en la misa que celebrara ayer rogara á Dios por él; lo que dicho señor le prometió.
Después de rezar el Rosario, Eguía continuó hasta media noche dando muestras de arrepentimiento y dando á su confesor no pocos encargos. á eso de las doce le aconsejaron que se acostara, y como ya sabía que á las cuatro de la mañana había de oir misa y recibir el Pan de los Angeles, no cesaba de acordarse de esta hora, manifestando deseos de que llegara cuanto antes.

Acostose (3) el reo á las doce ; pero no podía conciliar el sueño: una hora pasó recordando el crimen de Atondo (4), rezando e implorando misericordia. á la una empezó á dormitar y en un sueño ligero y no pocas veces interrumpido, no por otra cosa que por su estado intranquilo, pasó las tres horas que, según se había dispuesto, debía permanecer en cama.
Dos hermanos de la Paz y Caridad velaron junto á él durante ese tiempo.

A las cuatro se levantó. En la cárcel habían permanecido durante la noche los celosos sacerdotes D. Pedro Velasco y D. Zacarías Hugalde. Este celebró misa enseguida.
El reo la oyó con gran devoción exhortado continuamente por el Sr. Velasco que le acompañaba. Llegado el momento de la Consumación el celebrante dirigió á Eguía una breve pero sentida exhortación y le administró la Sagrada Comunión, que Toribio recibió con ejemplar fervor, permaneciendo después de la misa dando gracias acompañado y aconsejado por D. Pedro Velasco.

Pasó después el reo á su cuarto y tomó chocolate, único desayuno que había pedido.
Poco rato después, el mismo Eguía dijo á los que le acompañaban:
-Tengo que rezar la tercera parte del Rosario, que ayer no rezamos más que dos partes.
Y enseguida se rezó el Rosario, en el que, como en todos sus rezos y actos piadosos, llenaba á todos de consuelo el fervor con que Toribio imploraba la protección de la Madre de Dios diciendo: "Santa María, Madre de Dios, ruega por mí pecador etc., etc., palabras estas que recitaba con devoción profunda.
Desde que concluyó el Rosario hasta las siete y media no hizo más que encomendarse á Dios, repitiendo las jaculatorias que le inspiraban dichos sacerdotes y otros que muy temprano habían acudido para ayudar á aquellos en tan santa tarea.
A las siete y 40 minutos Eguía pidió algo para comer -dicen que una chuleta de ternera- pero no habiendo tiempo material para prepararla y servírsela, se le sirvió pichón: comió un poco con un poquito de pan y tomó un sorbo de vino rancio.
Se encontraba algún tanto afectado, pero contestaba con tranquilidad á las observaciones de los sacerdotes.

Hopa con capirote
A las ocho menos cuarto entró el verdugo á ponerle la hopa. En aquel momento su confesor dijo á Eguía:
-En cumplimiento de su deber, el ejecutor de la justicia va á ponerte la vestidura del criminal sentenciado á muerte; pero yo voy á colocar en tu pecho la insignia del pecador arrepentido.
Y le puso en el pecho la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que, para ese objeto, le había entregado el señor gobernador civil (5).
Ntra. Sra. de los Dolores
En esto llegó la hora de que el reo saliera de la Capilla para ser conducido al patíbulo.
Dieron las ocho y Toribio Eguía salió de aquella estancia para no volver, no sin rezar con gran fervor una Salve á la preciosa imagen, que allí hay, de Ntra. Sra. de los Dolores.

Inmensa muchedumbre llenaba las calles y pllaza inmediatas á la cárcel. Entre la multitud apiñada, lo mismo que en las ventanas y balcones, veíanse personas de todas las clases y condiciones; en la puerta de la cárcel estaba el carro que había de conducir al reo y allí había tambien una sección de Caballería.
La expectación era profunda, cuando Eguía tomó asiento en el carro, rodeado de los sacerdotes D. Pedro Ilundain, D. Pedro Belasco, don Francisco Gonzalez, D. Zacarías Hugalde, don Miguel Bisié y D. Angel Elduayen.
Rompió la marcha un piquete de Caballería; seguían los hermanos de la Paz y Caridad con túnicas y luces; enseguida el carro en que iba el reo, como hemos dicho, y á continuación una escolta de Caballería.

En el nº 30 de la C/Nueva, lo vio un Pío Baroja de 13 años
En el trayecto (6) el reo tuvo momentos en que la emoción llegó a acongojarle, pero se repuso gracias á los consuelos que le prestaban con sus prudentes reflexiones los ministros del señor.
Desde la cárcel al patíbulo puede decirse que no quitó la vista del Crucifijo (7), al que dirigía fervorosas plegarias derramando lágrimas.
La afluencia de gente, como hemos dicho, era inmensa; en el lugar de la ejecución alzábase el cadalso, y fuerza de infantería y caballería había formado el cuadro de antemano. Una vez en el lugar del suplicio (8), Eguía apenas pronunció otras palabras que para contestar á las preguntas del presbítero Sr. Hugalde. Este y D. Pedro Velasco subieron al tablado; los demás sacerdotes quedaron al pie. El Sr. Velasco se arrodilló tan pronto como se sentó el reo en el banquillo (9). El Sr. Hugalde sacó entonces el Crucifijo que, como ayer dijimos, le había enviado la madre de Toribio y, manifestándole esto, lo puso en sus manos, después que lo hubo besado fervorosamente.
La Taconera y la Iglesia de San Lorenzo. Fines del XIX
Mientras el verdugo sujetaba al reo con cuerdas y correas y le ponía la argolla, el señor Hugalde dirigía al pobre Toribio frases llenas de caridad que éste escuchó hasta su último instante.
Uno después, el alma de Toribio Eguía comparecía en el Tribunal de la Divina Justicia.
Dios haya usado con él de misericordia.
En aquel instante D. Pedro Velasco rezó un responso y enseguida D. Pedro Ilundáin dirigió breves palabras á la multitud, manifestando que Toribio Eguía había muerto arrepentido y resignado, y aconsejando fuesen á oir la misa que por su alma iba á celebrarse en la parroquia de San Lorenzo.

Portal de La Taconera, fines del XIX
Omitamos ciertos detalles. Durante el día fueron muchísimas las personas que fueron á ver el cadáver del ajusticiado y á depositar una limosna en las bandejas que á ese objeto se habían colocado al pie del cadalso.
A las cuatro y media de la tarde (10) acudió al lugar del suplicio el secretario de Sala de la Audiencia Sr. Barasoain para presenciar la entrega por el verdugo (11) del cadáver á la Hermandad de la Paz y Caridad que, procesionalmente y con luces, había acudido allí con el cabildo de la parroquia de San Lorenzo.
Se rezó un responso y, mortajado el cadáver, fue puesto en un ataud y conducido al cementerio.

Terminemos ya este triste relato.
Pero no lo haremos sin rogar á todo el que lo lea, que rece un Padre Nuestro por el alma del desgraciado Toribio Eguía, á la cual Dios haya acogido en su seno.]

  1. A las 7 quedó entregado a los sacerdotes y pidió ser enterrado en caja. Poco después dijo: "mañana no me dolerá ni la mano ni la cabeza".
  2. Cenó berza, chirlas y chipirones. Y de postre una bizcochada.
  3. Los hermanos de la Paz y Caridad le ayudaron a acostarse: su parálisis del lado derecho se lo dificultaba.
  4. "Pobre cura, pobre ama", decía.
  5. Estampa enviada por la señora del Gobernador Civil.
  6. Atravesó el cortejo la plaza de San Francisco, calle Nueva, Taconera y la puerta de este nombre, y llegó al pie del cadalso
  7. D. Zacarías Ugalde llevaba en su mano un pequeño Cristo, que el reo besaba a menudo y que murió besándolo, procedente de su afligida madre, que lo remitió a su desgraciado hijo para que lo tuviera en trance tan terrible y volviera después a su poder como recuerdo tristísimo.
  8. El reo bajó por su pie del carro y subió al cadalso con bastante firmeza, ayudado en parte por los sacerdotes, pues sus movimientos al andar eran torpes, efecto de su enfermedad.
  9. Sentose en el banquillo, del cual volvió a levantarse para que elevaran el asiento, volviéndose a mirar con toda tranquilidad a mirar los arreglos que el ejecutor de la justicia estaba haciendo.
  10. Ocho horas después de la ejecución.
  11. El verdugo llámase Lorenzo Huerta y pertenece a la audiencia de Burgos. El aparato con el que el ejecutor de la ley ha cumplido su terrible ministerio es una modificación del antiguo, modificación hecha por Huerta y se estrenó en Vitoria en el criminal Garayo (a) Sacamantecas, después en algunos individuos de la Mano Negra y últimamente en Eguía. Lorenzo Huerta lleva ya 47 ejecuciones.

    1 comentario:

    Anónimo dijo...

    En esta ejecución me da verdadero miedo la alianza entre el poder civil y el religioso. Consiguieron lo que querían: que Eguía aceptara como justa su ejecución