domingo, 13 de febrero de 2011

María y Severino

Javier Marrodán
Hace unos días mi amigo Javier Marrodán publicó este artículo sobre un matrimonio de Cemboráin, Severino Mendiburu y María Esparza, mis tíos. He intercalado unos versos de Narciso, de cuando murió su hermano. 
Nunca olvidaré aquel verano del 62 (con 12 añicos) que pasé con ellos en  Casa Esteban de Cemboráin, "ayudando" a Severino a segar, trillar, llevando los bueyes (¡sooo, Castaño..!) y disfrutando de la dulzura de María.


María y Severino
Cuando la edad fue añadiendo nuevos achaques a la salud frágil e incierta de María, Severino se apuntó en un papel la dosis y el color de las pastillas que debía administrarle. Todos los días se sentaba a la mesa de la amplia cocina familiar y preparaba con mimo los montoncitos: dos rojas y media verde para el desayuno, una blanca redonda y los polvos efervescentes para la comida, la cápsula amarilla y azul para la cena... Sus manos, curtidas por decenas de cosechas, se habituaron a aquel pequeño ritual y al formato a veces esquivo de algunos comprimidos. María se dejaba llevar con una sonrisa. En verano, los dos se sentaban al caer la tarde en un banco de piedra que recorre la fachada de la antigua casa del cura.

...los dos se sentaban al caer la tarde en un banco de piedra.. .
Severino animaba a su mujer con algunas de sus bromas y el pueblo silencioso se iluminaba entonces con la risa agradecida de María. 

Cuando ganaba Indurain
el “Tour” de Francia, recuerdo
ibas a la Iglesia y echabas
las dos campanas al vuelo.

Otras veces permanecían en silencio, contemplando cómo el sol del ocaso doraba el valle en el que habían transcurrido –siempre juntas– sus biografías.
 ...contemplando cómo el sol del ocaso doraba el valle...
Luego hubo que ingresar a María, y Severino se organizaba para ir a la capital y acompañarla. También allí la entretenía con sus ocurrencias y sus recuerdos. Cuando María murió, la enterraron en el pueblo, a la sombra de la iglesia, en un cementerio que casi parece de juguete, que no da miedo ni pena.
un cementerio que casi parece de juguete, que no da miedo ni pena
Antes de comer, Severino se acercaba trabajosamente al camposanto, abría la puerta de forja, se sentaba en una de las lápidas y le contaba en voz alta a María las últimas novedades que sus hermanos misioneros le habían remitido por carta desde Taiwan o la India.

Y cuando ésta te faltó
Tú a su tumba solías
Ir a rezar y decirle
Lo mucho que la querías.

Después murió Severino y lo enterraron junto a su mujer.

Después murió Severino y lo enterraron junto a su mujer
Ninguno de los dos se habían alejado nunca de aquel pequeño rincón de la geografía navarra, pero juntos compusieron una auténtica epopeya: la de su matrimonio.

Ninguno de los dos se habían alejado nunca de aquel pequeño rincón...
¡Ah! ¡Y seguramente nunca supieron que el 14 de febrero era el día de S. Valentín! (esto es de mi cosecha)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

He querido enviarte en agradecimiento un comentario. Lo hago aparte para decirte que me ha impactado mucho todo lo que dices y las fotos que adjuntas. Si puedo te enviare por correo aparte los versos que escribi a raiz de la muerte de mi hermano Severino. Tal vez los conoces y los tienes guardados en alguna carpeta de "Desolvidar" Un abrazo. Narciso

desolvidar dijo...

Gracias, Narciso. He puesto un par de tus estrofas que muestran el buen talante de Severino

Nuria dijo...

me encantaría conocer ese lugar de Navarra después de haber leído tan bonito relato.

desolvidar dijo...

Nurya! me has dado una alegría inmensa. Por supuesto que, si quieres, conocerás este rincón en el que nacieron mis padres. El pueblo sólo tiene una calle. Mi padre vivía en Casa Esteban, arriba del todo. Y mi madre en Casa Macaya, abajo. Cuando Ramona, oía que Prisci bajaba (siempre cantando), ella salía a barrer...

Anónimo dijo...

Gracias Patxi, como siempre entrañable y certero. Hay que prepararse para esta fase del amor, y tus tios son una referencia.
Un abrazo
Rafa