lunes, 31 de julio de 2017

Pamplona sin sus Pocholas

Las hermanas Guerendiáin, «Las Pocholas» -a las que no se ha rendido el debido 
homenaje-, elevaron la cocina navarra y la dieron a conocer a toda España
Desde 1934 hasta el 2000, ¿a cuánta gente habrá dado de comer la familia Guerendiáin? Y todos salían con la sensación de haber tenido un privilegio. Como ese abuelo que llevó a su nieto, apenas un niño, y le explicó: “Quiero que algún día puedas decir: ‘Una vez comí en Las Pocholas con mi abuelo’”.
Hace 6 días Pamplona se ha quedado sin la última de sus Pocholas.
Nos lo cuenta maravillosamente José Ignacio Palacios:

(pincha)
Una esquela publicada en Diario de Navarra el 26 de julio nos anunciaba el fallecimiento de Conchita Guerendiáin Larráyoz. Fue en el año 1934 cuando los padres de Conchita, Gervasio y Juana, que hasta entonces llevaban la posada de Guerendiáin, en el valle de Ulzama, por 60.000 pesetas se hicieron con el traspaso de Casa Cuevas, situada en el número 20 de la calle Comedias de Pamplona. Poco después, y en el plazo de un año, de forma más o menos repentina, murieron los dos. Sus hijas, Paquita, Petra, Josefina, Floren, Fermina, Rosarito, Rosalía, Conchita y María Cristina tomaron las riendas del negocio. Para ello, las dos mayores, que eran gemelas, se desplazaron durante un tiempo a San Sebastián y allá, en el afamado restaurante Casa Nicolasa, aprendieron los secretos de la alta cocina, sobre todo de las salsas y de la repostería.
Por la calidad de la comida, por el precio y por las chicas que lo llevaban, Casa Cuevas se fue haciendo famosa y se convirtió en el lugar de moda al que acudían muchos de los solteros de la ciudad en los últimos años de la Segunda República. Fue entonces cuando a las hermanas Guerendiáin les pusieron el sobrenombre por el que después serían conocidas en toda España: Las Pocholas [para dirigimos a los niños empleamos muy a menudo la voz ‘pocholo’, "lindo, guapo", del vasco 'potolo, pottolo', "regordete", de cuando la gordura era hermosura].
Pa enmarcarlas
Félix Huarte
En muy poco tiempo su fama fue en aumento y durante la guerra civil el restaurante lo frecuentaron gentes llegadas de otras zonas de España, entre otros, don Juan de Borbón, cuando regresó del frente. Aunque el negocio iba a más, no tenían dinero para ampliarlo y fue el empresario Félix Huarte el que apostó por ellas. Les dijo “me parece estupendo la gente que quiere luchar. Tengo la impresión de que me vais a responder”, y les planteó que sería interesante disponer de un local más amplio, como era el que había en una espaciosa bajera situada en el número 6 del Paseo de Sarasate. Huarte corrió con los gastos y les dio un plazo de veinte años para que le devolvieran el dinero, sin intereses. Eso sí, les puso una condición: que el restaurante –el Hostal del Rey Noble– tenía que llevar el sobrenombre de Las Pocholas. 
1956 Hemingway en Las Pocholas
Dicho y hecho. El 20 de abril de 1938, previa bendición por parte del obispo de Pamplona, Marcelino Olaechea, se procedió a la inauguración del nuevo local con unos cócteles que fueron realizados ante la concurrencia por Perico Chicote. A partir de ese momento las nueve hermanas Guerendiáin, que permanecieron solteras, se entregaron totalmente al trabajo y lograron que muchos se desplazaran expresamente hasta Pamplona para comer en Las Pocholas la menestra de verdura, el cordero al chilindrón, el ajoarriero con langosta o el rabo estofado, platos que marcaron una época, sin olvidarse de los helados, los canutillos o el petit suisse. 
2014, homenaje a Conchita, la última de Las Pocholas
Fueron incontables las personas que allí comieron: reyes como los de los belgas, Balduino y Fabiola; o intelectuales como Laín Entralgo, Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors o Gregorio Marañón, pasando por políticos, obispos y cardenales, por directores y artistas de cine, por cantantes, o toreros. Sin olvidarnos de Ernest Hemigway, que le dio lustre, y de tantos vecinos anónimos de Pamplona, como ese abuelo que llevó a su nieto, apenas un niño, y le explicó: “Quiero que algún día puedas decir: ‘Una vez comí en Las Pocholas con mi abuelo’”.
Pasaron los años y, en el verano del 2000, cuando únicamente quedaban ya tres de las nueve hermanas (Rosalía, Josefina y Conchita), que ya no tenían ni edad ni fuerzas para seguir al frente del restaurante, lo cerraron en silencio, sin despedidas ni anuncios, tan sólo una contestación lacónica a quienes llamaban para hacer reservas: “No está abierto”. Y ahora, 17 años después, también en verano y en el día de Santiago, y también de forma callada y silenciosa, Pamplona se ha quedado sin la última de sus Pocholas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito para conocer en profundidad la historia de esta familia y la de LAS POCHOLAS; yo tengo una historia muy parecida a la del abuelo que citas pero con un hijo. En mis visitas a Pamplona, de vez en cuando y según lo permitiera el bolsillo, le llevaba a LAS POCHOLAS; de todas sus exquisiteces yo me quedo con el CARDO. Descanse en paz esta última Guerendiain.
Juan Manuel

Anónimo dijo...

Cuando leo hablar sobre Las Pocholas, las pastas de Layana, el vermut en el Iruña y otro hábitos que marcan el día a día del pamplones de verdad, no puedo más que sentirme poco pamplones.

Porque tengo la impresión de que hay dos o incluso tres Pamplonas.

La Pamplona castiza, cuyo eje es Carlos III y que guarda las esencias de lo pamplones.

La Pamplona de meseta, en la que entraría San Juan o Iturrama y que se puede considerar una prolongación low cost de la castiza.

Y luego está la Pamplona de extramuros, esa Pamplona que tomaba algo en los bares de San Jorge, comían un pollito asado en la Txantrea o una ración de oreja en la Rotxapea. Esa Pamplona que no se siente identificada con la Mañueta, Estafeta o la Plaza del castillo. Que sube a lo viejo solo lo justo, el finde si acaso y por dar un paseo.

Por eso yo, cuando leo por ejemplo a cierto periodista radiofónico de la COPE decir que no haber ido a Las Pocholas era no conocer Pamplona... Entonces... Puedo decir claramente, que yo no soy de esa Pamplona, sino de la otra.

Y quizás en otro momento hable de como las diferencias entre esas Pamplonas, ha fomentado el nacionalismo vasco... Hay mucha tela que cortar.
JC BD