El olvidado -casi- puente de los
Roncaleses (DN 25.10.16)
Jesús Mª Arlabán Mateos es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Economista.
A lo largo del verano he recorrido algunos de los numerosos lugares de interés que reúne el entorno de Yesa. En las líneas que siguen quiero comentar uno que creo pocos navarros conocen de primera mano, posiblemente por su remota ubicación y la dificultad de su acceso. Me refiero al puente medieval sobre el río Aragón conocido como puente de los Roncaleses, sin duda una obra singular por diversos motivos, situada además en un paraje de gran belleza.
A lo largo del verano he recorrido algunos de los numerosos lugares de interés que reúne el entorno de Yesa. En las líneas que siguen quiero comentar uno que creo pocos navarros conocen de primera mano, posiblemente por su remota ubicación y la dificultad de su acceso. Me refiero al puente medieval sobre el río Aragón conocido como puente de los Roncaleses, sin duda una obra singular por diversos motivos, situada además en un paraje de gran belleza.
Construido en el siglo XI, probablemente
sobre los cimientos de uno romano, salvaba el río mediante siete arcos, con una
longitud total de unos 100 metros y anchura de 3 metros, con una estructura
asimétrica típicamente medieval, con perfil curvilíneo de pendientes hacia el
centro y potentes pilas, protegidas con tajamares en ambos paramentos.
Su importancia, más que a razones
estéticas, en mi opinión, se debe a su ubicación en una encrucijada de caminos
y a su azarosa historia. En efecto, en ese punto concurren tres vías
históricas: una calzada romana, el Camino de Santiago aragonés, que entra en
Navarra por Yesa, y la Cañada Real de los Roncaleses por donde transitan los
rebaños que desde Roncal bajan a las Bardenas.
Por otra parte, las dovelas de sus arcos
han contemplado durante siglos transitar por las aguas del río las almadías, en
un modo tradicional de transporte totalmente sostenible, que diríamos hoy.
En cuanto a la historia, entretejida con
brumas de leyenda, nos cuenta que en este paraje se libró en el siglo VIII la
batalla de Olast, en que los guerreros roncaleses vencieron a un ejército
árabe, a cuyo caudillo abatido una mujer roncalesa cortó la cabeza, hecho que
se recuerda en el escudo del Valle y de sus pueblos.
La gran avenida de agosto de 1787
arruinó el puente, aunque fue rápidamente reconstruido por la imperiosa
necesidad de su uso.
De nuevo, esta vez por la mano del
hombre, fue cortado durante la primera guerra carlista, recuperándose
posteriormente su funcionalidad mediante plataformas de madera que salvaban los
arcos rotos. Finalmente, un incendio ocurrido en los años 30 del pasado siglo
las destruyó, lo que, unido a la construcción aguas arriba del puente actual en
la carretera Yesa – Javier, condenó al olvido y a la ruina al histórico Puente
de los Roncaleses.
No es de extrañar que después de tantos
avatares y más de 80 años de abandono, la situación actual del puente sea de
completa ruina. Solo quedan en pie tres de los siete arcos de que constaba, más
las pilas y arranques del resto, que presentan además graves y variadas
patologías que no puedo detallar en este artículo. Limitándome al arco más
próximo a la margen derecha, el único accesible a pie enjuto, la impresión que
da es que cualquier tormenta extraordinaria, pequeño movimiento sísmico, caída
de alguna dovela, etc. podrían provocar su desplome.
En estas circunstancias, el futuro del
puente está ligado al Plan de Restitución Territorial (PRT) del recrecimiento
del embalse de Yesa, en el que está incluida su restauración. Haciendo un poco
de historia, en junio de 1999 se anunció el concurso de obra para su
realización. En el proyecto estaba contemplado el citado Plan, con una
importante asignación económica, justificado en base al artículo 130.4 de la
Ley de Aguas.
Con la finalidad de asesorar al
Ayuntamiento de Yesa ante las extraordinarias circunstancias que se le
presentaban, en julio de ese mismo año redacté y entregué al entonces alcalde -
absolutamente pro bono - un estudio sobre la incidencia de las obras sobre la población
de Yesa, proponiendo posibles medidas a adoptar y compensaciones a solicitar,
estudio que, días más tarde, presentó el alcalde al presidente de la
Confederación Hidrográfica del Ebro, en reunión a la que asistí a petición de
aquél.
Entre las propuestas se encontraba la
restauración del puente que nos ocupa y de su entorno, así como la habilitación
de un paseo fluvial que, desde las proximidades de la presa podría llegar hasta
Javier y Sangüesa. Es de justicia comentar que, a lo largo de los últimos años,
se han ejecutado obras con cargo al PRT, pero no le ha llegado el turno a la
citada restauración. Hasta donde yo conozco, existe un proyecto aprobado,
consistente básicamente, con buen criterio, en repristinar y consolidar lo que
queda en pie y recuperar la funcionalidad del puente mediante la instalación de
pasarelas de acero cortén que salven los vanos derruidos. El correspondiente
informe de viabilidad fue aprobado por la Secretaría de Estado de Medio Rural y
Agua en diciembre de 2011, estableciendo que su ejecución era preciso “realizar
a corto plazo”.
Pese a ello, a día de hoy no se ha
iniciado ninguna actuación, mientras el puente sigue deteriorándose.
Desearía que estas humildes líneas
sirvieran como aldabonazo para que los responsables de las Administraciones
implicadas - Confederación Hidrográfica del Ebro, Gobierno de Navarra y
Ayuntamiento de Yesa – abordasen de una vez por todas las actuaciones precisas
para proceder sin dilación a la restauración del histórico y casi milenario
puente de los Roncaleses, antes de que su ruina sea irreversible.
MIRADAS A LA HISTORIA
El autor repasa la historia del puente de los Roncaleses,
necesario para la trashumancia, que fue destruido en 1823, en el marco de la
Primera Guerra Carlista
Germán Ulzurrun
El puente de los Roncaleses en Yesa, ruina cargada de historia (DN 28.10.16)
Escribe Jesús María Arlabán (Diario de
Navarra, 25 de octubre, pág. 16) un artículo de opinión muy interesante y bien
documentado por título ‘El olvidado -casipuente de los Roncaleses’, que en su
síntesis histórica ofrece una pequeña laguna que conviene rellenar, la de su
inutilización durante la Guerra Realista o de la Constitución (1821-23) a cargo
de las tropas liberales por orden del gobierno, y que debió efectuarse en las
últimas semanas de 1822 en un intento de acorralar en los valles de Salazar y
Roncal a los voluntarios realistas, partidarios de Fernando VII como rey
absoluto.
Veamos los antecedentes. El uno de enero
de 1820 el entonces teniente coronel asturiano Rafael de Riego se había negado en
Las Cabezas de San Juan (Sevilla) a acatar la orden de embarcar en Cádiz a sus soldados
abordo de unos barcos vendidos por el zar de Rusia a
España, que tenían las maderas podridas y con los que se pretendía transportar
tropas rumbo a Venezuela para sofocar el levantamiento del insurgente Simón
Bolívar. El embajador ruso Tastichef y el general absolutista Francisco Javier
Eguía habían cerrado entre ambos un negocio tan lucrativo para sus bolsillos como
nefasto para la seguridad de los soldados. Riego, a diferencia de Miguel López Baños
y Antonio Quiroga -quienes también estaban en la pomada-, dio por su cuenta un
cariz político al pronunciamiento al proclamar como vigente la Constitución de
Cádiz de 1812, abolida por Fernando VII en abril de 1814 con el apoyo de las bayonetas
del general navarro Francisco Javier de Elío y Olóndriz. La guarnición de Pamplona
apoyó la vigencia constitucional el 11 de marzo de 1820 y desde aquel momento
comenzó a fraguarse una conjura a cargo de un grupo amplio de clérigos y varios
notables navarros partidarios del rey absoluto, que terminó en una cruenta guerra
civil. Los realistas constituyeron a partir de diciembre de 1821 dos partidas armadas
contra el gobierno constitucional, comandadas por el teniente coronel Santos
Ladrón de Cegama, natural y vecino de Lumbier, y del capitán Juan Villanueva, más
conocido como Juanito el de la Rochapea, ambos absolutistas acérrimos a quienes
más adelante se uniría el también navarro Juan Bautista Guergué.
La noticia de derribo del
puente de Yesa, además de la de todos los que salvaban el cauce del río Irati,
la aporta el sacerdote Andrés Martín Arriaga, por entonces párroco de Uztárroz,
autor de la Historia de la guerra de la División Real de Navarra contra el
intruso sistema, llamado constitucional, y su gobierno revolucionario. El texto
de Andrés Martín, un sacerdote de armas tomar que ejerció de maestro de confesores,
espía, contrabandista de armas, prisionero de los napoleónicos, periodista y
cronista de guerra, fue publicado en Pamplona por la imprenta de Javier Gadea en
1825, y a día de hoy puede descargarse íntegramente en el ordenador doméstico con
formato pdf desde la Biblioteca Navarra Digital (Binadi), donde también está
digitalizada la obra manuscrita.
El dato, localizable en la
página 184 de la edición de Gadea, explica los apuros sufridos en aquellas
fechas por el ya por entonces coronel Ladrón de Cegama, quien años después
sería el primero en pronunciarse en Tricio (La Rioja) en favor de Carlos María Isidro
a título de rey tras la muerte de su hermano Fernando VII, en detrimento de los
derechos dinásticos de Isabel II. Fue el fundador del carlismo.
El 28 de diciembre de 1822
Ladrón de Cegama marchaba con su tropa desde Ujué para dirigirse por
Gallipienzo, Aibar y Lumbier a Liédena. Tras un pequeño descanso reemprendió la
caminata por Castillonuevo, Salvatierra de Esca, Burgui y Vidángoz camino de
Navascués. “Noticioso por entonces —escribe el párroco de Uztárroz— de que el
enemigo por un plan combinado de su gobierno, derribó todos los puentes del río
Irati, incluso el de Yesa, por donde pasa el Aragón, con el objeto de aislar a
todos sus contrarios en las montañas de Roncal y Salazar, y de atacarlos con fuerzas
superiores en el pequeño recinto de este país fragoso y casi inaccesible por la
intemperie de los elementos, y a la abundancia de nieve, de que estaba cubierto
a la sazón, quiso sacar sus tropas de un círculo tan estrecho y peligroso”, de
modo que Santos Ladrón optó por intentar trabar batalla contra los
constitucionales en Lumbier y ordenó al coronel Marcos Núñez Abreu que se desplazara
para apoyarle desde Ochagavía, lo que estuvo a punto de convertirse en un
desastre por las incidencias meteorológicas en la sierra de Santa Bárbara.
Ocurrió entre los días 2 y 3 de enero de 1823.
Al no poder enfrentar una
fuerza suficiente Ladrón de Cegana decidió retirarse de vuelta a Ujué,
localidad en la que los realistas contaban con apoyos sólidos. ¿Cómo cruzó el
río Aragón con parte del puente derribado? Lo vuelve a aclarar Andrés Martín,
quien señala que lo efectuó entre Yesa y Javier “por medio de una escalera de
palos que llevaba consigo para el intento” que debió salvar el tramo destruido
del puente. Para cubrir tránsito tan lento como delicado necesitó del apoyo de
todo un batallón de soldados realistas en la margen derecha del Aragón.
La pregunta consiguiente que
se puede plantear es, camino de la trashumancia a las Bardenas, ¿cómo se las
ingeniaron los pastores roncaleses para cruzar con sus rebaños desde septiembre
de 1823 con el puente sin reconstruir? La utilidad informática Archidoc,
herramienta de indexación de documentos en el Archivo General de Navarra, no me
ha a aportado pistas. Tal vez entre los legajos antiguos que guarda la Junta
General del Valle del Roncal pudiera hallarse alguno que explique cómo y cualdo
se reparó el puente, posiblemente con unos tablones de pino provisionales, para
que las preciadas ovejas no se ahogasen en el río.
Lleva razón el ingeniero
Jesús María Arlabán. Es muy triste que una Navarra que saca pecho y presume de
su alto nivel cultural, tradiciones e historia propia, consienta que un
monumento único cargado de tan gran simbolismo quede por completo a merced de
la ruina. El puente de los Roncaleses de Yesa.
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