miércoles, 20 de marzo de 2019

De la Casa del Orfeón, al Caballo Blanco

Derribo ‘Casa del Orfeón’ Galle 1958. La ventana gótica, sobre la puerta de acceso
Aquel año de 1958, cuando se derribaba la llamada "Casa del Orfeón", en Ansoleaga 33 (trasera del Maisonnave), hubo dos niños, de parecida edad (9-10 años), que -cada uno por su cuenta- exploraron el solar en busca de cámaras y pasadizos secretos. Uno se llamaba Isidro y el otro Juan José. Aunque entonces no se conocían, seguro que ahora, tras leer estas líneas, harán por conocerse e intercambiar emocionantes recuerdos.
Escuchemos lo que nos ha contado Isidro:
La bóveda, ayer 19.03.19, en el Caballo Blanco
Recuerdo haber jugado bajo dos bóvedas subterráneas que aparecieron en un solar, donde construyeron el actual Hotel Maisonnave. Con una de aquellas bóvedas hicieron el Caballo Blanco...
Yo nací en 1949, y calculo que sería a final de los 50. También recuerdo que en el centro de dicho solar había un pozo...
El hotel no estaba en las fechas que estoy hablando (se hizo entre el 63-65). No había más que un solar donde habían derruido la construcción anterior, entre las calles Ansoleaga y la calle Nueva. En ese solar, y bajo tierra estaban las dos bóvedas que comento.
1932 Chacolí de Culancho (Arazuri)
Corriendo fui a la hemeroteca y lo primero que encontré, me entusiasmó: 
...de Culancho. En los años cincuenta era conocida como Casa Escudero, por el apellido de sus últimos propietarios, y también como la Casa del Orfeón. Cuando se derribó, quedaron a descubierto unos lóbregos sótanos medievales, con galerías abovedadas de piedra y unas angostas escaleras. Aquellas galerías, junto con los elementos ornamentales que parecieron más dignos de conservación -en realidad, todo el edificio lo era- fueron reaprovechados en la construcción del Mesón del Caballo Blanco, en el Redín"  
Pero lo que encontré en 2º lugar me llevó al éxtasis: el otro niño, Juan José, 28 años después, estaba escribiendo un artículo en Diario de Navarra -18 de Enero de 1986-, contando todo lo que había descubierto desde aquella primera exploración:
Recuerdo bien que cuando mi padre leyó en el periódico la noticia de los hallazgos, me empeñé en que me llevase a verlos. Conseguí colarme en el recinto de la obra por la parte de la Calle Nueva y allí se podían ver dos puertas que se abrían en el muro: una más grande, de arco apuntado, que daba acceso a una galería con bóveda de piedra, y otra más pequeña y angosta, por la que me metí a curiosear, y llegué a entrar en una oscura sala, donde no había más que escombros y zaborra, en lugar de las cámaras y pasadizos secretos que yo esperaba encontrar. 
Ansoleaga 33. En fin, sin comentarios
Nota: aunque el artículo de Juan José lleva la fecha del 18.01.86, he encontrado algún otro de 11 años antes (25.01.75) con este título: 'Nuestro Casco Viejo, en peligro' y estas frases: "Era casi como el acto de desagravio, tras el lamentable derribo del palacio de Aguerre -la casa del Orfeón- en las antiguas Tecenderías. Parece que el Ayto, al fin, ha reaccionado de su habitual letargo en este aspecto..."

Pero eso no es más que el aperitivo del artículo completo, en el que Juan José denuncia lo que fue un derribo totalmente injusto:

En junio de 1958 se derribó en la calle Ansoleaga la llamada Casa del Orfeón, con elementos de finales del XV 
Algunos de los materiales más notables se reutilizaron para edificar el Mesón del Caballo Blanco en El Redín 

Un derribo del que surgió el Mesón del Caballo Blanco             por Juan José Martinena
En el mes de junio del año 1958 se cometió en Pamplona uno de los atentados más lamentables que se recuerdan, contra el patrimonio histórico de su casco antiguo. Me refiero al derribo de la noble casa principal del mayorazgo de Eguía, en la calle Ansoleaga, la rúa de Tecenderías del burgo medieval de San Cernin. Su fachada trasera daba a la Calle Nueva y era más conocida como Casa Escudero y también como la ‘Casa del Orfeón’. Nadie hizo nada para evitarlo; tampoco la Institución “Príncipe de Viana”, tal vez habituada a intervenir en monumentos de mayor importancia. Así que se valló el solar, la piqueta empezó a hacer su trabajo y en poco tiempo la histórica construcción había desaparecido para siempre.Y con ello, la memoria colectiva de esta ciudad perdió uno de sus edificios más dignos de conservación. 

Una casa de finales del siglo XV 
Comparar con la Casa del Orfeón
Los antecedentes de la casa palaciana se remontaban nada menos que a los últimos años del siglo XV, cuando reinaban en Navarra don Juan de Labrit y doña Catalina de Foix. Fue allá por el año 1492 –el mismo en que Colón descubrió y ganó para Castilla el Nuevo Mundo- cuando nuestros últimos reyes privativos donaron a su fiel y bien amado secretario Antón de Aguerre ciertas casas derruídas, sitas en la rúa de las Tecenderías, detrás de la iglesia de San Cernin, que afrontaban con la casa del prior de Arróniz. Nada más recibir la merced, Aguerre hizo edificar en aquel sitio la que había de ser su nueva casa. Sobre un recio basamento de piedra en el que se abrían dos puertas de arco apuntado, se alzaba una sobria fachada de ladrillo, con amplios balconajes en su planta principal y una galería o solana de arquillos ojivales, similar a la de la recuperada casa del Condestable, bajo el vuelo señorial del amplio alero. 
Andando el tiempo, la casa quedaría vinculada al ilustre mayorazgo de los Eguía, uno de los linajes de abolengo que tenían su vecindad en el antiguo burgo de San Cernin, el más poblado, próspero y principal de la ciudad. 

Sede de la Diputación del Reino 
Un hecho que nos puede dar una idea de la consideración y prestigio de que gozaba la casa es que, en los salones de su planta principal, tuvo su sede y celebró sus sesiones la antigua Diputación del Reino desde diciembre de 1818 hasta marzo de 1824. También se reunió aquí la efímera Diputación Provincial que establecieron en su lugar las nuevas autoridades liberales durante el Trienio Constitucional, tras la sublevación de Riego en 1820. Fue para mí una sorpresa encontrar esta noticia en los libros de actas y cuentas del Vínculo de esos años, mientras redactaba el libro El Palacio de Navarra en 1984. Tras la restitución de Fernando VII a la plenitud de su soberanía, en la sesión del 6 de febrero de 1824, la Diputación del Reino, que había sido repuesta en sus funciones por el monarca, acordó iniciar gestiones para trasladarse a otra casa más amplia, la del barón de Armendáriz en la calle de San Francisco. En aquella gran mansión barroca, que estuvo situada en el solar del hoy clausurado convento de las Salesas, había de permanecer la corporación hasta 1846; aunque diez años antes, a consecuencia de los cambios políticos ocurridos en España, ocupó de nuevo su lugar una Diputación Provincial que sustituyó definitivamente a la del Reino. 

El chacolí de ‘Culancho’ 
1932 Casa del Orfeón J.J.Arazuri
Posteriormente, la otrora noble casona de la calle Tecenderías, ya un poco venida a menos, albergó la imprenta y fábrica de naipes de Donato Cumia, así como la redacción y talleres de ‘La Lealtad Navarra’, periódico carlista que se publicó entre los años 1888 y 1897, fecha esta última en la que reapareció bajo la nueva cabecera de ‘El Pensamiento Navarro’. Su lema era Dios-Patria-Rey y el precio del ejemplar, 5 céntimos. Y entrado ya el siglo XX tuvieron aquí su sede la Federación Obrera y el Orfeón Pamplonés. También se elaboraba en sus bodegas, según J. Joaquín Arazuri, el famoso chacolí llamado de ‘Culancho’. Hacia 1950 era conocida como Casa Escudero, denominación que hacía referencia al apellido de sus últimos propietarios. No obstante, para muchos pamploneses, entre los que se contaba el ilustre periodista Baldomero Barón Rada -’Romedobal’-, seguía siendo la Casa del Orfeón. 

Se derribó en 1958 
Lamentablemente, el histórico caserón –uno de los más antiguos e interesantes que existían en la ciudad- fue demolido en 1958 para levantar en su solar el actual Hotel Maisonnave (1963-65). En el curso de los trabajos de derribo salieron a la luz abundantes restos de origen medieval, con muros de piedra, galerías abovedadas de cañón apuntado y unas elegantes ventanas góticas.
Bueno, Juanjo no era tan precoz;
fue unos años después...
Recuerdo bien que cuando mi padre leyó en el periódico la noticia de los hallazgos, me empeñé en que me llevase a verlos. Conseguí colarme en el recinto de la obra por la parte de la Calle Nueva y allí se podían ver dos puertas que se abrían en el muro: una más grande, de arco apuntado, que daba acceso a una galería con bóveda de piedra, y otra más pequeña y angosta, por la que me metí a curiosear, y llegué a entrar en una oscura sala, donde no había más que escombros y zaborra, en lugar de las cámaras y pasadizos secretos que yo esperaba encontrar. 
Aquellas galerías, junto con los elementos ornamentales que se consideraron dignos de conservación –en realidad hay que decir que todo el edificio lo era- fueron reutilizados en las obras del actual Mesón del Caballo Blanco, que por esas fechas se iba a empezar a construir en el Redín; peculiar edificio de inspiración gótica, que en tiempos del alcalde Miguel Javier Urmeneta llenó de orgullo a los habitantes de la que entonces era todavía una provinciana capital de tercer orden, como decía el título de un poemario poco conocido de Ángel María Pascual. 
Mientras tanto, en el solar del edificio medieval, del que nunca debieron haber salido aquellas piedras góticas, se iban levantando las paredes anodinas del futuro hotel, sin relación alguna con el entorno que las enmarcaba. Claro está que por entonces estas cosas no le preocupaban a la gente, al menos en Pamplona. Aquí nadie soñaba todavía con las acertadas rehabilitaciones de nuestros días, a veces complicadas y siempre costosas, pero que sin duda agradecerán las generaciones futuras. 
Casa del Orfeón Galle 1958
Todavía hoy, cuando ha pasado ya más de medio siglo, produce verdadera pena ver las fotografías del derribo, que se conservan en la fototeca del Archivo Municipal. Alguna de ellas la incluí en mi libro La Pamplona de los burgos, publicado en 1974. Son unas elocuentes imágenes en blanco y negro, que muestran aquellos viejos muros de piedra, convertidos ya en una lastimosa ruina. A mí me llama la atención sobre todo una de ellas, que muestra una hermosa ventana lobulada, con su fino parteluz del siglo XV, que parece estar aguardando al trovador que viniera a rondar a la hija del señor de la mansión, y que en lugar de eso, en medio de las obras que la rodean amenazadoras, lo que en realidad contempla impasible es su triste e inminente final. 
En el libro que acabo de citar publiqué también un bonito dibujo en color de la fachada principal de la casa, la que daba a la calle Ansoleaga, que allá por los años 20 del siglo pasado, hizo el conocido y polifacético abogado J. Joaquín Montoro Sagasti, fallecido en 1976, para un curioso manuscrito de Ignacio Baleztena y Jesús Etayo, titulado 'Iruñako inda zarrak' –las viejas calles de Pamplona- que se guarda en el Archivo Municipal.

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