lunes, 31 de mayo de 2010

"Estrella de los mares" sale al encuentro

Entrada al cementerio de Cemboráin.  Al fondo, la Peña Izaga
Actualización 01.11.11, día de Todos los Santos:
El pequeño cementerio de Cemboráin, en Navarra, acogió el 1 de Noviembre a algunas familias que escucharon un responso "bien echáu" y cantaron un emotivo Estrella de los Mares, dedicado a quienes nos precedieron:

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La vida sale al encuentro...
Tendría unos 15 años cuando cayó en mis manos “La vida sale al encuentro” (te lo puedes descargar) de Martín Vigil. Aquel libro supuso para mí una bocanada de aire fresco en aquel ambiente enclaustrado del seminario de Pamplona. Fue capaz de hacerme traspasar por unos días las tapias que me encerraban.
Los protagonistas eran chicos y chicas de mi edad y de mi tiempo: Nacho y Pancho, Mito y Cheché... Karin... Con la diferencia de que representaban, al menos en mi mente, la vida de verdad frente a la que yo llevaba: una vida de invernadero.
Recuerdo, en aquel estudio de Gramática, una tarde de domingo que nos permitían leer. Yo saqué de mi cajón aquel libro casi como a hurtadillas, como si estuviera haciendo algo malo, temiendo que si alguien me observaba, se diera cuenta. Mirando a izquierda y derecha, comprobé que no pasaba nada, que cada uno seguía a lo suyo en el silencioso estudio.
Y, durante algunos días, viví con pasión la amistad de Nacho y Pancho, las travesuras de Mito, la pasión por los jóvenes del P. Urcola, el amor de Nacho hacia Karin (¡y yo en el seminario!). Pero, sobre todo, el cariño de Nacho por su hermanico pequeño, por Cheché, afectado por una enfermedad desde el nacimiento y siempre débil, siempre necesitado de protección.
Escuchad a Nacho:
“Teníamos otra vez nordeste, que para la ida nos venía colosal. Zarpamos, navegando a buena marcha desde el principio. No hablábamos mucho, pero yo me sentía satisfecho llevándolo conmigo allí. Desde el timón lo veía que se había sentado sobre cubierta, apoyado en el palo y con las rodillas encogidas y abrazadas, vestido con un mono azul suelto como el mío, que quién podía pensar entonces que no fuera un chico como los demás....

Era la hora que más me gusta a mí, el atardecer. El sol, rasando ya por la punta de Cabicastro; una visibilidad de vértigo y los colores como recién lavados; el agua tomando tonos casi de rosa, y luego una paz que te empapa todo...

Entonces cantamos con toda el alma “Estrella de los mares

Dicen que en el cementerio de Marín está enterrado un muchacho: Francisco Javier Sáez de Ichaso y Falcón, Cheché.

Y... la muerte está en el camino.
Mi padre, Prisciliano... Mis hermanos Carlos y Sagrario... Hace unos días Ramona, mi madre. Nos habéis ido dejando. Pero hoy volvéis a estar juntos en un rincón del cementerio de Cemboráín.
He visto a Nachico, mi hermano pequeño, llevando la urna de Carlos, el hermano mayor. Y no he podido evitar volverlo a ver cogido del brazo de Carlos ("¡vamos, Hermosuro!"), camino del Gurea, para tomarse su mini de manzana.
Cuando las paletadas de tierra cubrían sus restos, con toda el alma hemos vuelto a cantar el Estrella de los mares
Estrella de los mares
cuyos reflejos
en mis ojos de niño
resplandecieron

¿Te acuerdas, Madre,
a tus pies cuántas veces
recé la Salve?
Del mundo en los peligros
¡ay, no me dejes!
Y a recoger mi alma
ven en mi muerte.

Que sólo quiero,
asido de tu manto,
volar al cielo
Actualización del jueves 1 de julio de 2010:
...y todos contentos por lo  bonita que quedó la lápida

domingo, 23 de mayo de 2010

Tiene los ojos azules: la jota más hermosa de Navarra

Tiene los ojos azules.... de tanto mirar al cielo
Esta jota está actualizada en "Ojos azules: 150 Aniversario"
Es, a mi entender, la jota navarra más bonita. No es una jota al uso. No es lo que normalmente se entiende por jota. Se trata de una jota melódica. Casi podríamos calificarla como una jota lírica.
Me llamó la atención el hecho de que mucha gente (de edad media-alta) es perfectamente capaz de tararearla, de decir parte de su letra y, sin embargo, a pesar de revolver Roma con Santiago, no he sabido encontrar una grabación de esta jota cantada.
He consultado a particulares que me aseguraban que en su casa tenían un vinilo con esa canción. He dado guerra en el Orfeón Pamplonés. He mirado y remirado en la Biblioteca Nacional, en la Biblioteca General de Navarra. He enredado en la Red. Y nada.
Cuando ya estaba a punto de tirar la toalla, alguien (¡gracias, Avelina!) me dijo que hablara con Elena Leache. Y hubo suerte. Fue emocionante cuando, desde el otro lado del teléfono, Elena me fue cantando la partitura que guardaba de cuando, siendo niña, estudiaba música en las Escuelas Martín Azpilicueta, las Escuelas de la calle Compañía, con María Jesús Alastuey.
¡Por fin tenía la partitura, con su letra y su melodía! Aquí la tenéis:

La letra. Versiones
Para entonces ya había conseguido algunas otras versiones de la canción.
En primer lugar una versión de la Alpujarra granadina, de Cástaras. Se trata de una página de recuerdos de la infancia en la que encontraréis canciones que os sorprenderán. Es una versión prácticamente igual a la que os presento. El cambio más importante es el uso de la 2ª persona por la 3ª en el verbo tener: "tienes los ojos azules" por "tiene los ojos azules".
La segunda versión es una versión femenina. Si en la original es el chico quien habla de la chica, ahora es al revés:
"Tiene los ojos azules,/el mocico que yo quiero,/y que quiero, porque quiero;/tiene el pelico rizau,/ay que resalau, ay que resalau,/el mocico que yo quiero,/tiene los ojos azules,/de tanto mirar al cielo,/azules como el querer/y como el pensar de una mujer;/el mocico que yo quiero."
La tercera, que empieza por "De tanto mirar al cielo", es un añadido religioso donde salen a relucir casi todas las Vírgenes forales y que forma parte de la misa navarra.
Encontré también una utilización de parte de la letra por nuestro viejo amigo Francisco de Val en "Camino de Guadalupe" (versión mejicana) o "Camino de Caacupé" (versión paraguaya), donde dice:
"Tiene los ojos azules /de tanto y tanto mirar al cielo / se llama como mi madre (bis) / que se llamaba Consuelo".
Pero volvamos a la partitura. La letra de Elena Leache es ésta:

La navarra que más quiero, (bis)
mi navarra, es la que quiero,
porque esa es mi voluntad
y ese es mi querer, (bis)
tiene los ojos azules.

Tiene los ojos azules,
más azules que turquesas,
azules como la mar
y como el soñar con una ilusión,
de tanto mirar al cielo.

De tanto mirar al cielo,
mi navarra es la que quiero,
porque esa es mi voluntad
y ese es mi querer, (bis)
tiene los ojos azules.

Y nos dice, en resumen:
-que hay una chica navarra a la que quiero porque quiero (oséase, porque me da la gana).
-que esa chica tiene los ojos azules.
-y que son azules por mirar a menudo al cielo.
Como se ve los conceptos son sencillos, propios de la creación popular, pero, en su sencillez, inmensamente poéticos. Y no tanto por las comparaciones físicas: mar (aunque ese azules como la mar es precioso), turquesas (: azul verdoso).., sino por las psicológicas, las sentimentales: azules como el soñar con una ilusión.
También cuando califica su amor, no como un amor obligado por otros ("te vas a casar con..."), ni un querer involuntario ("te quiero casi, casi, sin querer..."), sino como un querer decidido por él, por su propia voluntad: porque quiere querer a la chica de ojos azules.
Y lo mejor: Tiene los ojos azules... de tanto mirar al cielo. Sin palabras.

La melodía. Algún gazapo
Si la letra es anónima, la melodía tiene un dueño. Y no es, precisamente, quien muchos pensáis. La canción, tal y como hoy la cantamos, proviene, sin duda, de un tema de la jota-concierto "¡Viva Navarra!", compuesta en 1895 por el lumbierino Joaquín Larregla (1865-1945). Escuchad este trocito:


Pero el auténtico origen (al menos, conocido*) de la melodía de "Tiene los ojos azules" es 17 años anterior. Y es, nada menos, que el pamplonés Pablo Sarasate (1844-1908), quien en 1878 compuso “Jota Navarra” (op. 22). Comprobadlo en este recorte:


* Nota: Ver, unas líneas más abajo Actualización 18.01.16

Por eso, me llama la atención que, en una página del Gobierno de Navarra con motivo de la conmemoración del centenario (2008) de la muerte de Sarasate, se diga de éste:
“Ya en 1878 había compuesto “Jota Navarra” (op. 22), aunque la obra llevaba una dedicatoria para un amigo extranjero. No obstante, la pieza se inspira en gran medida en la popular jota “Viva Navarra” del también navarro y buen amigo Joaquín Larregla”
¡Cómo va a estar "Jota navarra" (1878) de Sarasate inspirada en "Viva Navarra"(1895) de Larregla! La Jota de Sarasate es 17 años anterior y, en 1878, Joaquín tenía 13 años. Pablo fue un genio, pero no tanto como para inspirarse en una obra posterior a la suya.
Por supuesto que Sarasate, al componer, se inspiró en el folklore español y quizás el "Tiene los ojos azules" tenga un origen anterior a Sarasate. Pero eso, probablemente, nunca lo sabremos.
[Actualización 26.06.11: más de un año después de esta entrada y de haber hablado personalmente con el responsable (I. G.) de esta página del Gobierno de Navarra, sigo viendo con asombro que sigue sin rectificar lo que creo que es un error].
[Actualización 18.12.13: Acabo de hablar con la musicóloga María Nagore Ferrer, quien recientemente ha presentado en Pamplona la monografía 'Sarasate. El violín de Europa'. Ha confirmado punto por punto mi teoría y el error de bulto de la página del Gobierno de Navarra a la que aludo. Gracias, María, por tu amabilidad]
[Actualización 18.01.16: Seguimos avanzando. Hoy me llega este comentario de Francisco (Pachi) Antúnez: "En referencia al origen de la música de esta jota, hay una partitura de Joaquín Gaztambide (1822-1870) que ya recoge esta melodía. La obra se llama "LA JOTA DEL TA Y EL TE" (minuto 2'50")y el ritmo es más vivo, pero es evidente que se trata de la misma melodía. Obviamente es anterior, tanto a Sarasate como a Larregla". He puesto un enlace para que se vea que, efectivamente, Pachi tiene razón. Esta Jota pertenece a la zarzuela "Los Caballeros de la tortuga", de Joaquín Gaztambide, representada por primera vez en el teatro de la Zarzuela, la noche del 23 de Diciembre de 1867, once años antes que la Jota de Sarasate]

Mi propuesta
Analizando la letra original pienso que resulta muy reiterativa la utilización del verbo querer (5 veces) y el adjetivo "navarra" (4). Así que me he permitido eliminar la primera estrofa de la partitura de Leache y he hecho algún pequeño cambio en las otras dos estrofas. Y quedaría así:

Tiene los ojos azules
(La navarra que más quiero)

Tiene los ojos azules.
Tiene los ojos azules,
más azules que turquesas,
azules como la mar
y como el soñar en una ilusión,
de tanto mirar al cielo.

De tanto mirar al cielo,
la navarra que más quiero,
porque esa es mi voluntad
y ese es mi querer hacia una mujer,
tiene los ojos azules.

He tenido, también, la inmensa suerte de ponerme en contacto con Pepe Blasco quien, con la nueva letra, ha elaborado una partitura para dos y cuatro voces. También (ya que nadie, que yo sepa, la ha grabado) me ha proporcionado un coro virtual que nos puede dar una idea de cómo quedaría "Tiene los ojos azules". Por supuesto, que Desolvidar está esperando a que algún coro real un día la grabe. Este espacio queda reservado para él:
(Actualización 24.06.10: El coro del Instituto Ibaialde de Burlada nos ofrece la primera grabación de esta jota)


Agradecimientos:
Avelina, Dolores, Alejandro, Félix, Teresita, Chon, María Ángeles, Elena Leache, Pepe Blasco, Orfeón Pamplonés, Ramón "el chico de los ojos azules", mi Ceci, Marijose, personal de la BGN y de la BNE, mis colegas del insti, (especialmente los del coro).., gracias a todos por ayudarme a desolvidar la jota más bonita de Navarra.

sábado, 15 de mayo de 2010

Ramona Belzunegui: Adiós a la abuela


El lunes, día 10, desayunó, leyendo en la prensa que Osasuna se mantenía en primera. Le gustaba echar una coscadica antes de comer y se fue al dormitorio jaleando a su equipo del alma por el pasillo. Se acostó... y se quedó dormida. ¿Dónde hay que firmar?
***
El martes día 11 de mayo de 2010, a las 9 de la mañana, despedimos a mi madre, Ramona Belzunegui. En su adiós hubo pena, hubo lágrimas. Pero, aunque parezca mentira, dominó la alegría: teníamos la íntima convicción de que todo había resultado “mejor imposible”, que diría su hermano Juanito.
Edurne leyó, en representación de todos los nietos y bisnieticos, un precioso escrito que elaboraron Maite, Altair y ella misma. Fue tan bonito que apenas pudimos contener el llanto.
La “Jota navarra” de Pablo Sarasate, con ese trocito de “Tiene los ojos azules….”, acabó por emocionarnos del todo:

Pero, escuchad a los nietos de Ramona:
"Es 11 de mayo, el mes de la primavera y de los contrastes. Contrastes en la naturaleza y en el tiempo: los árboles se visten de verde, las flores se tiñen de colores; ahora hace frío, luego hace calor; primero llueve y luego luce el sol.
Los rayos de ese sol se cuelan ahora, ahora mismo, por el balcón del octavo piso de Obispo Irurita. Apenas doce metros salpicados de tiestos blancos con geranios rojos, fucsias y rosas. Flores cuidadas con cariño y esmero por nuestra abuela, madre y bisabuela: Ramona.
Durante años ella volcó su ilusión en mantener ese balcón hermoso y florido con el fin de convertirlo en el más vistoso del edificio. Era un balcón de categoría, de concurso, que atraía las miradas de todos aquellos que levantaban la vista.
Muchos de ellos eran vecinos y amigos de la plaza, del barrio San Juan. Personas que conocían a Ramona, a su marido Prisci y que habían visto crecer a sus diez hijos: Carlos, Nieves, Esperanza, Sagrario, Anuntxi, Patxi, Ramón, Mariví, Lourdes y Nacho.
Para Ramona, sus diez hijos eran su gran tesoro. Siempre quiso estar cerca de ellos, en los pequeños y grandes acontecimientos de la vida.
Esta pasión por la familia queda reflejada en la librería del cuarto de estar de su casa, la librería de los recuerdos. Las distintas estanterías aparecen invadidas por fotografías de todas las formas y tamaños, tanto en blanco y negro como en color. Es casi una galería fotográfica que resume 92 años de una vida muy intensa.
Una vida que dio sus primeros pasos en Casa Macaya, en Cemboráin. Este pueblecito, a pocos kilómetros de Pamplona y enclavado en el valle de Unciti, fue el escenario de su niñez y de sus tiempos mozos.
Allí conoció al gran amor de su vida: Prisciliano Mendiburu.
Juntos empezaron una nueva etapa que los trasladó a Pamplona, primero a la calle Dormitalería, luego a la calle Aralar y, finalmente, al piso de Obispo Irurita.
Fueron años difíciles y sombríos, marcados por la Guerra Civil y por la posguerra pero la ilusión, el trabajo duro y el esfuerzo les ayudaron a salir adelante. Se convirtieron en una gran familia: doce en total.
El último en llegar fue Nacho, Nachico, como ella le llamaba, y en él depositaron un cariño muy especial.
A pesar de las penurias, Ramona y Prisci lucharon por ofrecer a todos sus hijos una formación universitaria. Unos estudios superiores que se convirtieron en la mejor herramienta para enfrentarse a la vida.
Los años han pasado, los hijos han crecido, se han convertido en padres y algunos en abuelos. Pero, más allá de todos los vaivenes, la familia Mendiburu Belzunegui siempre se ha mantenido estrechamente unida y se ha apoyado mutuamente en los momentos más duros.
Esta familia ha aprovechado cualquier excusa, cualquier momento, para propiciar una reunión, un encuentro familiar habitualmente acompañado de los inevitables cánticos e incluso de algún que otro baile.
Ramona, como madre de todos ellos, siempre ha gozado de estas entrañables citas familiares en las que la música forma parte esencial del programa. Y ni Don Pelayo ni Don Juan Bautista han conseguido ni conseguirán aplacar la vena cantarina de los Mendiburu Belzunegui. Lo podemos afirmar, forma parte de sus genes.
Además de los cánticos populares, otra de las grandes pasiones de Ramona ha sido el equipo rojillo. Vivía las victorias de Osasuna con la misma intensidad que sufría con sus fracasos en el campo. Así, en más de una ocasión los hijos se quedaron sin cenar tras una derrota rojilla.
Su locura por el equipo navarro no pasó inadvertida para los medios de comunicación y así el Diario de Navarra no dudó en bautizarla con el cariñoso apelativo de la abuela de Osasuna.
Los partidos de pelota vasca también ocuparon parte de sus tardes. En esos momentos no faltaba, como merienda, un corneto y cuatro galletas napolitanas rociadas con una pizquita de mermelada.
Las masticaba con cuidado, casi con parsimonia tratando de que ninguna migaja cayera sobre su querido sillón.
Un trono de color salmón, cómodo y mullido, que le permitía disfrutar placidamente del transcurrir de las horas, acompañada en todo momento por sus hijos y sus nietos.
Ellos siempre estuvieron ahí, brindándole compañía y cariño, leyéndole libros, cantándole y ayudándola en todo lo posible.
Ramona agradeció siempre esos desvelos y cuidados y en todo momento tuvo una palabra amable e incluso un cumplido para todos los suyos.
Hoy también nos daría las gracias. Nos daría las gracias por estar todos aquí, juntos una vez más y dedicándole el último adiós.
Ella nos animaría a continuar siempre unidos y a mantener, con empeño, los encuentros familiares entre hermanos, entre primos, entre nietos e incluso entre bisnietos.
Nos pediría que, más allá de su ausencia, mantengamos la alegría y que nunca, nunca, dejemos de cantar.
Nos pediría, en definitiva, que, pase lo que pase, sigamos siendo un equipo de primera."

A la noche, en la iglesia del Huerto, pudimos escucharle recitar "La Plegaria de los niños"

viernes, 7 de mayo de 2010

La dignidad viaja en silla de ruedas

El 7 de mayo de 1985, José María Izquierdo Jiménez se despidió de su esposa poco después de las ocho de la mañana. Salió de su domicilio, en el número 3 de la calle Monasterio de Fitero, y caminó bajo una lluvia intensa hasta su Renault 12, aparcado a sólo unos metros del portal. Apenas había un alma en la calle. José María Izquierdo tenía 45 años, era natural de Valdeprado, un pueblo de Soria, y llevaba tres décadas viviendo en Navarra. Se había hecho policía porque consideraba que no podía haber nada más “bonito” que “servir a la sociedad”. Era consciente, sin embargo, de que esa aspiración le había colocado en el centro de una diana invisible. Por eso procuraba dejar su coche “un poco apartado”: así podía comprobar desde lejos si habían puesto debajo “algún paquete”. Aquel 7 de mayo de 1985 no vio nada sospechoso.

Su mujer, Consuelo Monreal, observó desde la ventana cómo José María abría el vehículo y se acomodaba en el interior. Era como un pequeño ritual cotidiano. El matrimonio tenía dos hijas: Olga, de 18 años, y Susana, de 14, que se encontraba de viaje de estudios en Mallorca con sus compañeros del colegio Fernando Remacha. El teniente Izquierdo arrancó el motor, metió una marcha y fue soltando el embrague. Fue al pisar el acelerador cuando hizo explosión el kilo y medio de Goma 2 que los terroristas había adosado a los bajos del Renault 12. El cuerpo del policía salió despedido por la onda expansiva. Quedó en medio de la calzada, cubierto de sangre, con las dos piernas y un brazo seccionados. Un policía municipal que se encontraba en los alrededores le hizo dos torniquetes con su cinturón y el de otro viandante, y logró contener la hemorragia hasta que llegó la ambulancia. Consuelo Monreal vio lo ocurrido desde la ventana y bajó corriendo a la calle, pero los primeros vecinos que se habían reunido en el lugar de los hechos no le permitieron acercarse al cuerpo destrozado de su marido.

Es probable que los detalles del atentado y las declaraciones que hizo José María Izquierdo cuando aún se encontraba postrado en una cama del Hospital de Navarra aparezcan estos días en la sección de “Hace 25 años”, quizá junto a alguna foto en blanco y negro de las que se tomaron entonces. Sin embargo, por mucho tiempo que haya transcurrido, el atentado y la admirable reacción del policía herido forman parte del presente: del suyo y del que comparte con toda la sociedad en este mayo de 2010 que se ha ido nublando con algunas noticias inquietantes sobre ETA y varios de sus presos. “Tengo que recuperarme para ser útil de nuevo a la sociedad y a la familia”, decía José María Izquierdo en el titular de la entrevista que se publicó en estas páginas el 12 de mayo de 1985, cinco días después de la explosión. Nunca recuperó las piernas ni el brazo izquierdo, pero lo que en aquellas jornadas durísimas era sólo un deseo es hoy una realidad incontestable: quienes conocen su historia y se lo cruzan por la calle cuando pasea sonriente junto a su mujer, saben, o deberían saber, que José María Izquierdo está siendo más útil que nunca a la sociedad: su serenidad, su paciencia, su fortaleza y hasta su capacidad de perdonar –“no se puede vivir en un odio permanente”, ha dicho alguna vez– recuerdan que la paz no se puede buscar a cualquier precio y que la historia no admite interpretaciones interesadas. En el fondo, José María Izquierdo es una garantía de que la sociedad funciona. Él es justamente una de las personas que la hace funcionar. Por eso todos le debemos tanto, incluido aquel vecino que informó a los terroristas de dónde vivía el policía y de cuál era su coche, y que hoy, tras unos pocos años en la cárcel, puede pasear cómodamente por la calle con sus familiares y sus amigos. Él ha recuperado la libertad gracias a los mecanismos jurídicos y penitenciarios del sistema que trataba de combatir. Sin embargo, nunca tendrá la dignidad que su víctima pasea en su silla de ruedas en estos días aún dudosos de la primavera. Mientras existan personas como José María Izquierdo se puede seguir confiando en la democracia y en la humanidad.

Rafael Doria, Chon Latienda, Patxi Mendiburu, Salvador Ulayar y Cecilia Ulzurrun en nombre de Libertad Ya