miércoles, 24 de marzo de 2010

El bar Gurea, de luto

Bar Gurea, en la Plaza Obispo Irurita
Actualización 30.12. 17
Casi ocho años después de la publicación de esta entrada, desgraciadamente, toca volver a ella. Mariajesús, Make, la autora de este relato, acaba de perder a un hermano, uno de los que trabajaba en el bar. El bar Gurea está de luto. Un infarto fulminante ha acabado con José Luis, buen deportista. 
A las ocho, en la parroquia del Huerto (ver esquela) se celebra su funeral.
Descansa en paz, José Luis y a la familia les acompaño en la pena. Que esta preciosa entrada les sirva de consuelo.
***

Los martes voy a cuidar a mi madre. Ya conocéis a Ramona: 92 años, 10 hijos... y lo bien que recita “La plegaria de los niños”. Pero hoy no toca hablar de ella.
De 8 a 9, hasta el telediario, me da permiso para echar unos potes cerca de casa, por los bares de las inmediaciones, en el pamplonés barrio San Juan.
Pues bien, de las tres “parroquias” que visitamos la cuadrilla que nos juntamos, una de ellas es el Gurea. Siempre hemos tenido especial simpatía por ese bar tan familiar. Mi hermano mayor, Carlos, solía llevar al hermano pequeño, Nacho, a tomar su mini de manzana. Y siempre tenían, y siguen teniendo, con Nachico un detalle: nunca faltaron 4 ó 5 aceitunas dentro del vaso de manzana, además de alguna broma o simplemente unas palabras de cariño.
Hoy voy a contaros (bueno, yo no) parte de la preciosa historia de este negocio familiar. Normalmente, cuando entramos en un bar, lo último que se nos ocurre es pensar en lo que tiene detrás. Pero la historia del Gurea merece la pena que la escuchemos.
Así que os dejo con Make.
 
GUREA

Pedro Salinas: ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!

Gurea, así se llama el negocio que mi familia regenta todavía hoy en día. Creo que ya son más de treinta los años que lleva abierto el bar con ese nombre-pronombre y pocos son en la ciudad los que no lo conocen, a menos de oídas. Podía contar muchas historias, pero voy a contar la nuestra.

Yo tenía cinco años cuando mi padre se cortó dos dedos de su mano izquierda. Trabajaba en una fábrica de plásticos en Oricáin. El cortarse dos dedos no hizo que le cambiasen de puesto de trabajo. En aquellos años los dedos iban y venían, hasta que tres años más tarde, cuando yo tenía ocho, se cortó otros cuatro dedos de la mano derecha.

Fueron tiempos muy duros. Veía a mi padre sin seis dedos y con seis hijos. Yo, como era la sexta y más pequeña, me tocó jugar con él a la pelota en el salón inmenso de mi casa. Y digo inmenso, porque era un lugar demasiado grande y vacío para no poder hacer casi nada. No había dinero para amueblarlo.

Veía todas las mañanas a mi padre sentado en una silla, al lado de la ventana, cabizbajo, mirándose una y otra vez las manos, sin decir nada, sin poder hacer nada. A veces escondía su cara entre las manos sesgadas por el trabajo.

Se había convertido en un inútil. Sin dedos en las manos, poco se puede hacer, no ya cumplir grandes sueños, sino las acciones más simples, cotidianas y necesarias. Al principio le costaba comer. Tampoco podía ir a tomar algo con los amigos, pues no podía sujetar el vaso con la palma de la mano. Así que permanecía inmóvil en el salón, un hombre, fuerte como una roca, pero sin poder ni tan siquiera firmarme los papeles para ir a la excursión del colegio.

Yo me solía acercar a él, despacito, por detrás, queriendo jugar, le rodeaba con mis brazos. Le acariciaba, le peinaba con mis dedos su pelo moreno y le decía cosas bonitas, como "papá, te quiero mucho". Y sobre todo jugábamos, jugábamos con nuestras pelotas, la verde y la roja. Con las pelotas, al tiempo, fue recuperando el movimiento en las manos entumecidas, tanto por el dolor físico, pero sobre todo por el dolor sobrecogedor de no ser capaz de trabajar más para sacar a la familia adelante, con una pensión de invalidez mísera. Poco a poco fuimos avanzando, él y yo. Yo a un lado del largo salón y él, al otro, lanzando al aire las pelotas. Nos las tirábamos el uno al otro y a base de insistir, ya no se nos escapaban. Eran juegos sencillos, lejos de los que hacen algunos malabaristas callejeros, pero suficientes para cobrar ánimos para empezar a sacar fuerzas y dar paseos por la ciudad. Largos paseos que eran para nosotros grandes excursiones, grandes logros.

Con el tiempo, en aquel salón inmenso y vacío, empezamos a hacer puzzles juntos. Los hacíamos, al principio, de pocas piezas. Luego de cien, y después ya de más, hasta de mil. Él señalaba la pieza y yo la colocaba con mis manos pequeñas y ágiles. Aprendí rápido y, a veces, le ganaba. Mi mente se volvió tal ágil como mis dedos, así que acertaba antes que él qué pieza debía colocar. A través de aquellas diminutas piezas íbamos completando el puzzle de nuestra vida. Pero los puzzles, pequeñas obras, no daban para pagar los carros de comida que mi hermana tenía que acarrear cada día hasta casa.

Un día vinieron mis hermanos con una idea. Habían pensado en ponerse a trabajar los cinco juntos, pues habían oído que el Etna, un bar nocturno del barrio, estaba en venta. Costaba mucho dinero, pero creían que con mucho trabajo, y sobre todo, si todos trabajábamos incansablemente, podía salir adelante.

Hubo discusiones sobre el nombre, si en castellano o en euskera, al final salió Gurea, “nuestro” o “el nuestro”. A mí al principio no me gustó mucho el nombre, pero hoy, treinta años después, creo que acertamos. Efectivamente, es nuestro. Pero, sobre todo, nos ha dado el pan de cada día... y la pieza que faltaba a nuestra vida. A mi padre, que durante todos los años que vivió y que trabajó día y noche, levantándose a la seis de la mañana para abrir y dar desayunos y casi, casi durmiendo allí, nunca le oí ni una sola palabra de queja, jamás, ni tampoco ni un solo mío o tuyo, sino que, siempre, lo que salió de su boca fue un nuestro
Esa ha sido, y sigue siendo, la pieza del puzzle: GUREA.

A nuestro padre Teo

lunes, 15 de marzo de 2010

Tarde de otoño en Platerías (habanera del ochocientos)

Café Iruña, en la Plaza del Castillo de Pamplona
Hay comentarios bonitos. Pero algunos... me resisto a dejarlos al final. Es el caso del de Henri-Pierre, justo unas horas antes de que acabe el otoño de 2011 (¡Ay, tarde de otoño llena de sol de Madrid!)...:
"Henri-Pierre dijo...

Mi niñez.
Gato de madre francesa.
Ese cantar lo cantaba mi padre.
Nunca se marcharon de mi mente ni la musica ni la evocacion de la infiel vestida de gris
Siempre me desgarra el alma y siempre me atrae, me fascina.
Hubo plaza Santa Ana un comedor que volvio a reconstituer el ambiente de Platerias y que Platerias tambien se llamaba.
Fui un cliente fiel y alli ma llamaban "el señor frances que habla español".
Siete años sin volver en Madrid, ese Platerias tambien a desaparecido.
Volado con la paloma que libera Federico Garcia Lorca ?
No se pero que pena me dio.
De tanto mover las caderas Madrid estara olvidandose de su alma ?
Gracias por ese homenaje al Madrid de siempre y a quien tanto le gusta y le conmueve.
Henri-Pierre, el que fue Kike
Perdon por mi castellano tan torpe"

Podéis ver aquí su preciosa entrada


*****
En la investigación para mi última entrada sobre Gayarre me topé en varias ocasiones con una nostálgica canción que habla del Madrid de fines del XIX y, explícitamente, de las actuaciones del tenor navarro en el Teatro Real de Madrid. Su título es curioso: "Tarde de otoño en Platerías", de Aguilar, León y Solano.
(pincha para leer mejor)

Se trata de una canción que ya la escuché hace unos 20 años, en el café Iruña de Pamplona, a un par de cuarentones. Ponían mucho énfasis cuando llegaban a eso de "Alfonso XII volvía de los toros. Julián Gayarre cantaba en el Real...". Me llamó mucho la atención porque era una canción distinta de las que habitualmente se cantaban entonces y porque tenía pinta de ser muy antigua.

Ahora me he enterado (BNE, ca. 1944) de que fue en los años 40 y 50 popularizada por García Guirao. Y, mucho después, cantada por el Consorcio y por Emilio Carretero. Aquí, en la BNE, la podéis escuchar con el nostálgico sonido del vinilo en una grabación del de Moratalla, de 1944?

 A. Begué (1900) "Café de Platerías". Ell mismo lugar hoy
La acción nos sitúa a principios del siglo XX y nuestro protagonista evoca un fugaz encuentro con una mujer en el café Platerías de la calle Mayor de Madrid en los años 80 del siglo anterior, cuando Alfonso XII se llevaba muy bien con Frascuelo y Lagartijo y Julián Gayarre cantaba en el Teatro Real.

Aquel café Platerías fue un lugar, como tantos otros del Madrid de comienzos de siglo, en el que se celebraban apasionantes tertulias donde los consagrados de la Generación del 98 iban abriendo su círculo a los jóvenes artistas y literatos de la del 14.

Yo me imagino a aquel hombre de la canción solo, lamentando aquello que pudo ser y no fue. Un poco, como Antonio Machado en el café Salesas, o en el Europa, donde solía esperar a su hermano Manuel: recordando con nostalgia a su recién desaparecida Leonor. Ella sí que fue, ¡pero tan breve!

Aquel siglo se fue muriendo, como moría la tarde en los espejos. Y, como el tiempo, aquel amor antes de nacer.
TARDE DE OTOÑO EN PLATERÍAS
Antonio Aguilar de Mera, Alejo León Montoro, Juan Solano.
(Ver comentarios del 17 y 18.07.12)
Canta García Guirao

La tarde clara
de otoño madrileño
que en Platerías
tomaba yo café,
con tu vestido gris
entrar en el salón te vi.
Y, al verte tan bonita,
me puse junto a ti.
La tarde moría en los espejos,
soñaba el amor en los divanes
y todo yo temblé
en el momento aquel, mi bien,
que, todo ruboroso, mi amor te declaré.


¡Ay tarde de otoño
llena de sol de Madrid!
Café de mis sueños
donde el amor encontré.
¡Ay 1800, qué lejos ya estás de mí!
Todo pasó como una luz
que yo apagué.
¡Ay tarde de otoño
llena de sol de Madrid!
Alfonso XII volvía de los toros,
Julián Gayarre cantaba en el Real.
Y yo en aquel café,
gustoso te cité, mi bien,
y en sueños de ilusiones
inquieto te esperé.
Las luces de gas iban creciendo.
La noche llegaba lentamente.
Y, al no verte venir,
creyéndome de amor morir,
me fui de Platerías
pensando sólo en ti.

Actualización 20.03.12 A petición de algún comentarista, incluyo la versión de Emilio Carretero:



Y terminamos con una primorosa interpretación, la del Consorcio: