lunes, 4 de julio de 2011

Callejero, un albaserrada sanferminero

Sus cuernos (mira el pitón izquierdo) eran puñales. Foto Gómez (14.07.80)

Se llamaba "Callejero", 500 kilos, capa negra. Corrió en el encierro del 14 de julio de 1980. Había nacido cinco años antes, a principios de 1975, en Mirandilla, la finca que al noroeste de Sevilla tiene el Marqués de Albaserrada. En el encierrillo tuvo algún percance al meter una de las manos en una cuneta y quedó dolorido.

Cuando supe que en el encierro del día 13 había habido dos muertos, me juré no correr más. Pero...
A las ocho y un minuto, en la Plaza Consistorial, tras sortear al toro que venía adelantado, me encontré de frente con Callejero. La primera cornada fue brutal. Luego, me metió tres más que las sentí, pero no me dolieron (gracias, adrenalina).
Él, al pillarme, se resintió del tropezón del encierrillo. Llevaba sangre en la boca y cojeaba ligeramente. Caminaba despacio y daba continuos derrotes. Por Estafeta era tanta su indecisión que algunos mozos creyeron que se iba a dar la vuelta y corrieron hacia Mercaderes. A la altura de la Cafetería Belagua volvió a pararse sembrando el pánico. Gracias a la insistencia de los mozos, continuó, aunque lentamente, hacia la plaza. Pero no acababa de entrar por el callejón. Tuvieron que salir los dobladores. Al entrar a la plaza, giró a su derecha y pilló a un chico, a quien pudo darle un cornalón. Pero todo quedó en un puntazo. El toro no se cebó con él.
Para cuando entró en corrales, yo ya llevaba un rato en el hospital. Gravísimo, cuatro cornadas. Como dijo mi tío Tomás, presente en la operación que duró más de tres horas: "pudo ser más, pero también pudo ser menos".
Callejero no tuvo la oportunidad de demostrar su nobleza. No fue considerado apto para la lidía. Lo tuvo que matar un guardia civil.
Aquel toro pudo matarme. Pero, cuando yo ya estaba totalmente a su merced, se dio la vuelta y siguió su camino. Media docena de mozos hicieron lo imposible por quitármelo de encima.

Dos puñales astifinos,
cuatro feroces cornadas,
un combate desigual
entre un hombre y una bestia…
Un combate sin trincheras
en un espacio estrecho,
encajonado, entre tablas,
en el que no hay salida…
Un parapeto humano
te impide la retirada
por el frente y por los lados,
y por detrás, el peligro:
una bestia enfurecida
te acecha sin cesar
con dos lanzas puntiagudas…
Sisebuto



Toro Sanferminero [Colaboración de Víctor Manuel Arbeloa]
(Vuelve el toro mítico por sus fueros)
Los Sanfermines son unas fiestas eminentemente táuricas, no sólo taurinas, que conservan trazos y sobre todo el embrujo de viejos ritos culturales, que tuvieron como objeto al toro mítico desde los largos y oscuros tiempos protohistóricos.
Como casi todas las primitivas fiestas religiosas, también ésta acabó un día en fiesta civil y lúdica, pero no perdió del todo los ancestrales elementos cúlticos.

El toro universal
El toro ha evocado en todos los tiempos la potencia y fogosidad irresistible, la fuerza creadora y hasta el ardor cósmico. El bos primigenius (urus, uro) fue el primer objetivo de los cazadores primitivos, deseosos de sobrevivir, y se convirtió en algo más que en pieza de caza. El toro flechado, herido o acorralado de las cuevas de Lascaux, Altamira, Teruel o Levanzo, simbolizaba no sólo la virilidad animal sino también la prosperidad de un grupo humano por su enorme capacidad alimenticia.
Su caza solía acompañarse de ritos mágicos, prácticas ceremoniales y estrategias cinegéticas.
El culto al bravío animal se extendió, miles de años antes de nuestra era, al menos desde la India al Mediterráneo. Y así es el feroz y mugiente Rudra, fertilizador de la tierra, y llega a ser símbolo de los dioses superiores Indra y Shiva en el centro de Asia. O el toro celeste babilónico, de nombre Nlil, que los sacerdotes-astrónomos de Babilonia colocaron en la segunda constelación del Zodíaco. Representa al dios semita EL, proscrito por Moisés en Palestina. Y en Egipto al gran rey, dando origen a dioses creadores y solares.
Siempre en relación con la Gran Madre (la luna), las divinidades lunares mediterráneas aparecen con forma y atributos táuricos. La luna es el "poderoso novillo del cielo", y el toro el animal lunar de la tierra.
Además, desde tiempos arcaicos, el toro y el rayo son los símbolos de las divinidades atmosféricas. El mugido del astado se asimila al huracán y al trueno, manifestaciones de la fuerza que fecunda la Tierra.



Toros de Celtiberia e Hispania
No hay mito sin rito, y los múltiples mitos que tienen que ver con el toro fueron representados, vividos y revividos desde un principio por ritos correspondientes, que interpretan al hombre y su mundo, lo orientan, lo liberan, lo socializan.
En mil sitios de lo que se llamó Celtiberia, nuestra rugosa piel de toro, aparecen santuarios, exvotos, esculturas y esculturillas, pinturas, grabados, dibujos, monedas en torno al bóvido rey. Toros mitrados destinados al sacrificio se acuñan en Cascantum, Gracurris o Cesaraugusta. Es habitual el toro ofrendado a los dioses indígenas, como el del ara de Ujué a Lacubegis. Abundan hachas y puñales terminados en cabezas taúricas. Verracos con esa misma estampa coronan sepulturas como figuras votivas en terracota o bronce, a dioses tutelares. Y los toros se mezclan, repetidamente, con ciervos, figuras de la fecundidad, y con el cerdo y el jabalí, animales siempre gratos a los dioses pre-indoeuropeos.
Taurobolium de Arellano
Cuando los legionarios de Roma, de origen capadocio o latino, nos trajeron, si es que ellos nos trajeron, el culto tardío del dios védico y solar Mitra, favorecido entonces por los emperadores, a nuestros antepasados vascones no debió de sorprenderles mucho ni el rapto del "toro primordial" ni su degüello en la caverna, como fuente de fertilidad y de vida. Las aras y lápidas romanas en Ujué, San Martín de Unx, Aibar, Eslava, Artajona, Iruñuela, Gastiain, Sos o Uncastillo, con sus bucranios, cuernos de media luna, discos astrales, aras sacrificiales e instrumentos de pinchazo y descabello, tampoco les eran extraños: fueran figuraciones del culto mitráico o del ofrecido a la Magna Mater Cibeles, como sugiere el taurobolio recién encontrado en Arellano.

Del rito al juego
El toro era un viejo conocido de nuestra gente; animal sagrado, amigo-enemigo, sacrificial y alimenticio. Había quienes lo veían en sueños o hasta despiertos, de noche y de día, en cuevas y bosques, en forma de beigorri (vaca-toro rojos) o txekorgorri (becerro rojo), o echando fuego por la boca y las narices, o quemando las mieses y las metas.
El cristianismo, que fue ganando el corazón de los vascones, lentamente, pero no tanto como algunos se empeñan en afirmar, llevó al toro, como símbolo bíblico que es, a los altares. Lo vemos encaramado en el tímpano de Leyre, subido a la portada de Santa María de Sangüesa, bien situado en el ábside mayor de Irache, y activo, elocuente, significante, en ménsulas y capiteles de la catedral de Pamplona, desmitificado ya pero llevando en sus nobles lomos y cuernos leyendas como la del unicornio y milagros fantásticos como el del obispo Ataúlfo.
Los ritos táuricos festivos fueron evolucionando con el tiempo. De los mitos nacieron epopeyas, leyendas, cuentos, fábulas. El rito se hizo a su vez juego, espectáculo, diversión popular o lucimiento de nobles. Y así el toro nupcial, que prefiguraba la fertilidad de los mozos casaderos, se convirtió en corrida nupcial, de la que habla el Fuero de Tudela a comienzos del siglo XII, habitual en las cortes hispanas.
Del único toro, al que se le perdonaba la vida se pasó a varios todos de lidia y de muerte, en manos de caballeros y cortesanos. El rey Carlos II, nuestro señor, organizó la primera corrida de toros sueltos en 1385, y la Corte de Olite dio ejemplo y ánimos a muchas ciudades y villas navarras. Del toreo a caballo, con perros, venablos y lanzas, se pasó al toreo de a pie, en el siglo XVII, donde toreros navarros, de recia complexión física, se hicieron célebres con sus banderillas, desplantes, quiebros, recortes, saltos de garrocha, trascuernos, y el llamado "lance a la navarra" especialmente con toros navarros, pequeños, cortos de cuerpo y revoltosos.


De la tragedia... a la comedia

El rito tras el juego
Muchos aficionados, o todos quizás, olvidaron los viejos mitos y ritos. Pero mitos y ritos permanecieron en la misma piel de la fiesta, como clavados a fuego en ella.
El toro es en los Sanfermines elemento capital de ese reencantamiento simbólico del mundo que es toda fiesta frente a su desencantamiento funcional, adobado de cotidianeidad y de utilidad inmediata.
El Riau-Riau es el rito civil y tardío que funge como introducción calculada y cristianizada a los encierros de toda la semana. La procesión de San Fermín (1187) fue, antes del Riau-Riau, y sigue siendo todavía una santificación, formalizada y eclesial, de la hegemonía táurica. Por encima del totem (gran protector) de la tribu está el patrono católico, legendario asimismo, santo celestial "que todo lo ve" y que a todos protege con su capotillo:

"San Fermín, primer mozo. Milagrero
capote de mil suertes peregrinas",

escribió el poeta cristiano, taurófilo y sanferminero, J.M. Pérez Salazar.
Con el rito cristianizador de la procesión y su doble de la Octava enlaza la tonadilla madrugadora antes de comenzar el encierro, que es el rito primitivo, no sólo resto de tiempos primigenios sino eje y sentido de la fiesta actual.
En la inversión de valores que toda fiesta supone, el toro se hace dueño y señor de la calle festiva, y señor a la vez de la vida y de la muerte: por su imagen mítica, por su potencia, su agilidad, su prestancia. Mucho más que "casta, poder y pies" (Ortega), es el semi-dios, todo lo desmitificado y laicizado que se quiera. Porque basta no ya haber corrido el encierrillo (lunar) de la noche y sobre todo el encierro (solar) de la mañana, sino sólo haberlo visto de cerca para poder revivir de algún modo aquel temblor religioso-telúrico cuasi sobre humano que nuestros ancestros vivieron ante el "tremendo y fascinante" animal que los religaba con la Naturaleza-Madre, con la vida, con la muerte, con lo sobrenatural. Y los mozos que corren entre las astas ¿no sienten "la apetencia de muerte y el gusto de su boca", como el Sánchez Mejías de Federico?


...haberlo visto de cerca para poder revivir aquel temblor religioso-telúrico...
A las seis y media de la tarde, en la corrida-iniciación (capa, banderilla, muleta), dentro del coso tramposo y ritual, el torero, representante de la humanidad dominadora y "héroe civilizador" (J. Beriain), llevará a cabo, envuelto en las artes del juego taurino, el sacrificio tradicional que significa la regeneración periódica de las fuerzas sagradas, y la victoria -incluida la posible muerte del matador- personal y colectiva del hombre.
Pero en la verdadera "corrida" sanferminera que es el encierro volverá el toro mítico por sus fueros primordiales, que el solo juego taurino, redicho y rehecho, no puede expresar y mucho menos agotar.
V.M.A