domingo, 11 de mayo de 2025

Ezpondica, un escalofrío

Navarrería 18
Si a Carlos le gustaba tocar el timbre de aquella casa señorial del Casco Viejo pamplonés, a M.ª Isabel Márquez le pirriaba dar a las aldabas de las casas de Elizondo y salir corriendo. Creo que todos, de críos, hemos hecho trastadas parecidas. 
1965-77 AMP
La jugarreta más graciosa que me han contado consistía en atar fuertemente entre sí los pomos de dos puertas que estuvieran una frente a otra y llamar a los dos timbres a la vez. Imaginaos la situación.
Y la trastada personal que más me impactó no era con timbres, aldabas ni cuerdas en los pomos. 
En la 2.ª mitad de los años 50 -yo calculo en 1957 ó 1958, con 7 u 8 años- me encantaba ir a una tienda-taller de básculas, balanzas... que había en el 18 -creo- de la calle Navarrería. 
Carillón
Esa tienda no tenía timbre ni picaporte sino que, al abrir la puerta, la parte de arriba de ésta chocaba con unas varillas metálicas que colgaban del techo produciendo un sonido musical, como de cascabeles, sonajeros que me entusiasmaba (¿Cómo se llaman? Carillón, gracias, Anamary). El dueño, que debía de trabajar dentro, no veía quién entraba y necesitaba el aviso de esos "cascabeles", "sonajeros" "campanillas"... para salir a atender al cliente.
Siempre de buzo azul, era un hombre joven (30-35 años), pequeño pero fornido. Me recordaba mucho a un pelotari que jugaba de delantero en el Labrit: Ezponda, "Ezpondica", que decía mi padre. Dice Ricardo Ollaquindia que Ezponda quedó campeón de mano parejas con Berasaluce en 1958. Así que el del buzo azul, si tenía la mitad de nervio que Ezpondica, era todo un peligro y había que tener cuidado con él.
Por eso preparé cuidadosamente todo un plan para escapar en caso de apuro. Mi refugio más seguro era el atrio de la catedral. Hacía algún tiempo que una furgoneta había chocado contra la puerta de verjas que daba a la Escuela de Magisterio, la Normal, y había separado una de ellas, de modo que los chavales de mi talla pasábamos por el hueco, justo, pero pasábamos.
El primer día, empujé la puerta de la tienda y, mientras escuchaba el delicioso sonido, corrí hasta la esquina del actual Amona y, desde allí, vi que Ezpondica salía y miraba a un lado y al otro.
0. Ezponda; 1. Esquina Amona; 2. Entrada atrio; 3. Escape
El segundo día, lo mismo. Pero el del buzo ya no miraba hacia el lado de la fuente sino sólo hacia el de la Catedral. Me había detectado.
Así varios días. Ezpondica salía, cruzaba la calle y miraba hacia la Catedral.
Pero un día, tras mi llamada, dejó de salir a la calle. Yo me dije: "cuidado, Pachicu, ni se te ocurra ir, que Ezpondica te está esperando. Déjalo para mañana".
Y me obedecí.
Escapatoria por entre las verjas
Al día siguiente volví a hacer lo mismo y Ezpondica tampoco salió. Pero yo, en vez de volver sobre mis pasos, di por Curia la vuelta a toda la manzana para repetir la jugada. Y cuando iba a empujar la puerta, salió Ezpondica tras de mí como un cohete. Yo sentía su respiración en mi nuca. Aquellos segundos se me hicieron eternos, esperando que, en una zancada o en la siguiente, me enganchara del cuello. 
Cuando salté el escalón de entrada al atrio, comprobé aliviado que había desistido. Pero al ver que yo me dirigía hacia la verja cerrada, volvió a la carga y entró en el atrio creyendo que ya me tenía acorralado. 
Entonces, pasé entre las verjas, pero estaba tan acochinado que ya no me quedaron ganas ni de comprobar la cara de sorpresa de Ezpondica y me fui al Redín a relajarme. ¡Qué mal lo pasé!
Durante varios años, cuando oía el tintineo de esas puertas, sentía en la nuca un escalofrío.

1 comentario:

Anamary dijo...

Menudo trasto estabas hecho !!!
Pero me ha gustado mucho la entradica.
Yo también ataba en el pueblo uno con otro, los tiradores ovalados de las puertas de media hoja, llamaba a la aldaba con mis primas y a correr todo lo que podíamos.