miércoles, 14 de mayo de 2025

Arcadi Espada quiere perdonar a Txapote

Sr. Director de la "cárcel" de Zaballa: póngales "Miguel Ángel Blanco" (sesión continua)
Arcadi Espada. transgresor él, quiere perdonar a Txapote y los suyos, los irreductibles, aunque estos ni han pedido perdón ni lo van a pedir; y, por el contrario, sí han anunciado su intención de volver a tirar de gatillo y de coche bomba.
Esperemos que el voto de Txapote no sea decisivo porque, si lo es, la Rata de Paiporta lo suelta.

Pero antes de de ver lo que dice y por qué lo dice, veamos la trayectoria política de quien lo dice:

Arcadi Espada Enériz (Barcelona, 1 de junio de 1957) es un periodista español. Hoy tiene casi 68 años.
Hijo de un andaluz natural de la localidad onubense de Nerva, que emigró a Barcelona en 1948, y de una catalana de familia castellana (aunque ese "Enériz" delata un origen navarro, digo yo).
Se crio primero en una casa muy pequeña en un callejón de la zona de la Plaza de España donde vivían gitanos y en la que los únicos payos que había eran su familia.
En su juventud, durante la Transición, fue comunista y militante del PSUC. Más tarde se define a sí mismo como «socialdemócrata».
Miembro de Basta Ya, es uno de los promotores más conocidos de la plataforma cívica Ciutadans de Catalunya, que promovió la creación de un partido político, Ciudadanos - Partido de la Ciudadanía (Cs), en el que no se integró. 
A lo largo de 2007, Espada apoyó activamente la creación del partido Unión Progreso y Democracia (UPyD), a cuyo acto de presentación en Madrid asistió el 29 de septiembre de 2007. Fue muy crítico con el líder de Cs, Albert Rivera, de cuya reelección llegó a decir que era una «mala noticia».
En agosto de 2018 fue identificado por los Mozos de Escuadra por pintar con spray rojo un lazo amarillo colocado en una rotonda de la localidad tarraconense de La Ametlla de Mar.

314 asesinatos es el 37 por ciento de 853 
Llegó a haber unos 800, pero hoy quedan 133 presos de Eta en las cárceles españolas. De ellos 46 no pueden salir. Los 87 restantes salen todos los días o ni siquiera entran, por gozar de algunos de los benéficos regímenes penitenciarios. No hay 46 irreductibles, por así llamarlos. Los presos que se niegan a firmar cualquier carta de perdón -oh, el perdón, ¡y que haya que dárselo!- que los haga pasar por reinsertables son 14. 
Los lidera el llamado Txapote y cada tanto sacan un manifiesto contra Otegi. No me emociona que tales asesinos sigan en la cárcel. Han pasado allí muchos años y aunque comprendo la necesidad del castigo cada cual tiene su carácter. Han sido gente peligrosa, pero ahora -liquidada Eta- son como pederastas castrados. Y solicito el perdón de los pederastas.
La vergüenza de la democracia española no son los asesinos libres porque hayan cumplido su pena o por la aplicación generosa e incluso distraída de los beneficios penitenciarios. La vergüenza son los 314 asesinatos terroristas sin condena, según el escrupuloso conteo que lleva la abogada Carmen Ladrón de Guevara. Y a los que Florencio Domínguez y María Jiménez dedicaron un libro imprescindible, Sin Justicia, que pone nombre y circunstancia a cada una de esas víctimas cuyas familias no han podido cerrar su duelo. 
314 asesinatos supone el 37% de los 853 asesinatos de Eta. Una cifra escandalosa. Y una afrenta. Las causas de que no se resolvieran son múltiples. Comienzan por una Policía que comete errores, comprensiblemente más interesada, a veces, en detener que en investigar. Continúan con la falta de medios: fue Manuel Bultó, a cuyo padre puso una bomba en el pecho el terrorismo independentista catalán, el que compró una primera moto al grupo antiterrorista de la Policía barcelonesa. Y acaban, probablemente, en lo esencial: la falta de colaboración ciudadana en el País Vasco. De ahí que esos asesinatos irresueltos no interpelen solo a los terroristas presos o libres, sino al conjunto de la comunidad vasca.
Los jueces, los fiscales, los abogados o la Policía deben esforzarse en disolver o atenuar esta vergüenza del Estado de Derecho. Y también los periodistas. Quizá pudieran reunirse 314. Y que cada uno adoptara un muerto. E investigara sin tregua y diera cuenta de lo que fuera sabiendo. Tal vez una web como un panteón, en la que ir dejando las noticias. Un periodista, su valedor en la tierra, que es lo único que les queda.

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