martes, 3 de junio de 2025

Monaguillos en Los Caídos (Pamplona)

Pascual, 65 años de sacristán en San Miguel. Foto Galle 1954
En el verano de 1960 -yo tenía 10 años- nos trasladamos la familia de Dormitalería a Aralar. Y Ramón y yo, que estudiábamos en la Escolanía Santa María la Real, pasamos de ser monaguillos en San Juan Bautista (o Jesús y María) a serlo en Los Caídos.
El Monumento era tan impresionante que me parecía que habíamos subido de categoría. Aquella cúpula con la pinturas de Stolz, la tenebrosa cripta... Pero ponerse de rodillas sobre las frías losas de mármol no tenía ninguna gracia. 
Me llamaba la atención que, como no tenía campanas el templo, había unos discos de toques de campanas que poníamos en el tocadiscos para llamar a misa.

Las placas, objeto de atentado1964
Vidal
, mutilado de guerra, era una especie de conserje que llevaba uniforme y enseñaba el Monumento a los turistas. El pobre hombre tenía que aprenderse de memoria los textos de las dos placas que hay a ambos lados de la puerta principal, para recitárselos a las visitas. Y comenzaba: "En el resurgir de España tuvo Navarra...". Pero si alguien le interrumpía para hacerle alguna pregunta, se las veía para contestar y volvía a recitar otra vez el texto de las placas desde el principio: "En el resurgir de España tuvo Navarra...".

Don Ángel María Sangalo
era la perfección y la elegancia tanto en la dicción de todas la oraciones como en los movimientos de manos, brazos, cabeza y cuerpo que las acompañan en la celebración de la misa. Parecía de épocas anteriores. 
Nunca celebraba en el altar principal, sino en la primera capilla, saliendo de la sacristía, a mano derecha. Como sus misas eran perfectamente previsibles, para distraerme me entretenía leyendo las inmensas listas, por pueblos, con los nombres de los muertos en la guerra. Me aprendí un montón de ellos y si me decían el primero, sacaba los siguientes. Me pasaba como a Vidal. 
65 años después, sólo ha quedado en  mi mente un tal "Arrosamena Eliceche, Paulino". He ido al Archivo Abierto y ahí está, de Errazu.

Vicente era el sacristán. Tenía un tic que no he vuelto a ver a nadie. Cuando estaba de pie con los brazos doblados, sosteniendo en una mano el incensario y en la otra la naveta, en vez de mantener los codos cerca de cuerpo, los desplazaba alternativamente hacia el exterior, como si quisiera darles un codazo a los que tenía al lado. 
Angelicos pensando diabluras
A pesar de que era muy serio y nos imponía respeto (o precisamente por eso), a mi hermano y a mí nos encantaba tomarle el pelo. Estar en la sacristía era un peligro porque suponía estar disponible en todo momento. Entonces solíamos estar al comienzo de las escaleras que, desde la sacristía, bajaban a la cripta. Un día descubrimos que el pasillo donde esperábamos tenía la anchura adecuada para que, poniendo un pie en una pared y el otro en la otra, pudiéramos trepar fácilmente hasta el techo. Cuando notábamos que nos iban a llamar, trepábamos hasta arriba. Vicente daba una voz y, como no recibía respuesta, iniciaba el descenso hacia la cripta en nuestra busca. Nosotros desde arriba le veíamos bajar, desesperado por encontrarnos. Y él, si mirara hacia arriba, también nos podría ver, pero, ¿a quién se le ocurre pensar que los monaguillos, como unos angelicos traviesos, estaban en el techo, a 4 o más metros de altura? 
Lo más complicado era aguantarse la risa. Pocas veces he sentido mayor placer que aquel día que, según nos pasábamos a Vicente por el Arco del Triunfo (nunca mejor dicho) de nuestras piernas, murmuraba: "¡dónde se habrán metido esos cabrones!"

Como podéis suponer, no me gustaría que tocaran ni una sola piedra del Monumento, ni tampoco que derribaran -como pretenden- la cripta sin antes poder comprobar si todavía están las marcas que dejaron nuestros zapatos en aquellas blancas paredes.

1 comentario:

Pedro dijo...

Precioso elenco de recuerdos. Lo de Vidal me recuerda a la señora mayor, sacristana, que enseñaba la iglesia de San Martín de Unx, y sabía de memoria un texto explicativo. Ante la preguntas, rebobinada al párrafo adecuado y lo volvía a recitar, con una entonación preciosa, que recordaba a la vieja escuela. Gracias Pachi .