Como mi padre, Ángel M.ª Pascual nació en 1911, pero murió con sólo 35 años, en 1947, dos años antes de que yo viniera al mundo. A pesar de la cercanía en el tiempo, la Pamplona de la que él habla en presente, fue casi toda -salvo los cordeleros- pasado para mí. Y lo que aún quedaba vivo, lo vi morir en directo en la primera juventud.
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1933 Capuchinos José
María Huarte Jáuregui (1ª 2d), archivero; Ángel M.ª Pascual (2ª 5d)
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Mucha gente -José Mari Romera, Sánchez Ostiz, Rafael Conte, Juan M.ª Lecea- coincide en que Ángel M.ª Pascual es el mejor prosista navarro del pasado siglo y quien mejor ha escrito sobre Pamplona.
Una plaza de Beloso Alto va a dejar de llevar su nombre por culpa de un alcalde sectario e inculto, que sólo ha leído de él la lamentable reseña de Wikipedia.
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Túnel a la Colegiata. Ángel Mª Pascual (2) y Huarte Jáuregui (3) |
Para hacernos una ligera idea de la prosa de Ángel María Pascual os presento un espléndido párrafo de un artículo titulado "Tipografía y virtud de los oficios", en el que muestra su preocupación por la obra bien hecha en cualquier tarea, en cualquiera de los oficios.
En él nos ofrece la visión de esa Pamplona de oficios artesanales y -aunque sospecha que pronto desaparecerán- se alegra de que apenas hayan llegado las fábricas con sus humos, sirenas y masificación. ¡Para rato sospechaba que él se iría antes!
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1934.09.02 Roncesvalles. Galle. Ángel M.ª Pascual (6); Huarte Jáuregui (11). Frontón, al fondo |
Curiosamente, Pascual no da ningún nombre de calle, plaza..., ni siquiera el de su ciudad. A pesar de ello, la descripción es tan clara que uno se sitúa perfectamente.
Vamos a cogerle un poco de cariño a esta bellísima persona.
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Jokintxo Ilundáin (2), alcalde Archanco (5), Ángel M.ª Pascual (6) |
"Tipografía y virtud de los oficios", por Ángel M.ª Pascual
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Pascual y Huarte Jáuregui, por Sarasate |
Suena como una campana fija e incisiva el yunque del herrero, que bate metales ardientes; cosen sentados, casi en el suelo, los zapateros; diez carpinteros tallan la madera en la cuesta de piedras lisas que sube hasta la Catedral; lleva el aire el olor acre y sombrío de las pieles que cuelgan en su calle los boteros.
Aquí, el que talla yugos para los bueyes lentos de la montaña los pone al sol que seque su fresca entraña de árbol recién cortado; en la muralla pasean los cordeleros entre ruedas y rastrillos de hierro, con su andar lento y balanceante de marinero en tierra para trenzar las cuerdas.
Allá están de enseña los bastes y los arreos de las cabalgaduras aldeanas con las borlas rojas y los clavos dorados; los alpargateros hacen juegos de manos sobre su banco en cuesta, y en el rincón de la plazuela con sombra de iglesia y macetas, el escultor talla junto a la puerta sus estatuas.
En el campo, sobre el río, huele la cera traída de todas las tierras de España, que luego se funde y se prensa en viejas máquinas del Setecientos, para llevarla a los puertos de niebla.
No ha llegado apenas a mi ciudad el humo de las fábricas y aún el trabajo no tiene límite de sirenas ni olor de multitud
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