El 7 de mayo de 1985, José María Izquierdo Jiménez se despidió de su esposa poco después de las ocho de la mañana. Salió de su domicilio, en el número 3 de la calle Monasterio de Fitero, y caminó bajo una lluvia intensa hasta su Renault 12, aparcado a sólo unos metros del portal. Apenas había un alma en la calle. José María Izquierdo tenía 45 años, era natural de Valdeprado, un pueblo de Soria, y llevaba tres décadas viviendo en Navarra. Se había hecho policía porque consideraba que no podía haber nada más “bonito” que “servir a la sociedad”. Era consciente, sin embargo, de que esa aspiración le había colocado en el centro de una diana invisible. Por eso procuraba dejar su coche “un poco apartado”: así podía comprobar desde lejos si habían puesto debajo “algún paquete”. Aquel 7 de mayo de 1985 no vio nada sospechoso.
Su mujer, Consuelo Monreal, observó desde la ventana cómo José María abría el vehículo y se acomodaba en el interior. Era como un pequeño ritual cotidiano. El matrimonio tenía dos hijas: Olga, de 18 años, y Susana, de 14, que se encontraba de viaje de estudios en Mallorca con sus compañeros del colegio Fernando Remacha. El teniente Izquierdo arrancó el motor, metió una marcha y fue soltando el embrague. Fue al pisar el acelerador cuando hizo explosión el kilo y medio de Goma 2 que los terroristas había adosado a los bajos del Renault 12. El cuerpo del policía salió despedido por la onda expansiva. Quedó en medio de la calzada, cubierto de sangre, con las dos piernas y un brazo seccionados. Un policía municipal que se encontraba en los alrededores le hizo dos torniquetes con su cinturón y el de otro viandante, y logró contener la hemorragia hasta que llegó la ambulancia. Consuelo Monreal vio lo ocurrido desde la ventana y bajó corriendo a la calle, pero los primeros vecinos que se habían reunido en el lugar de los hechos no le permitieron acercarse al cuerpo destrozado de su marido.
Es probable que los detalles del atentado y las declaraciones que hizo José María Izquierdo cuando aún se encontraba postrado en una cama del Hospital de Navarra aparezcan estos días en la sección de “Hace 25 años”, quizá junto a alguna foto en blanco y negro de las que se tomaron entonces. Sin embargo, por mucho tiempo que haya transcurrido, el atentado y la admirable reacción del policía herido forman parte del presente: del suyo y del que comparte con toda la sociedad en este mayo de 2010 que se ha ido nublando con algunas noticias inquietantes sobre ETA y varios de sus presos. “Tengo que recuperarme para ser útil de nuevo a la sociedad y a la familia”, decía José María Izquierdo en el titular de la entrevista que se publicó en estas páginas el 12 de mayo de 1985, cinco días después de la explosión. Nunca recuperó las piernas ni el brazo izquierdo, pero lo que en aquellas jornadas durísimas era sólo un deseo es hoy una realidad incontestable: quienes conocen su historia y se lo cruzan por la calle cuando pasea sonriente junto a su mujer, saben, o deberían saber, que José María Izquierdo está siendo más útil que nunca a la sociedad: su serenidad, su paciencia, su fortaleza y hasta su capacidad de perdonar –“no se puede vivir en un odio permanente”, ha dicho alguna vez– recuerdan que la paz no se puede buscar a cualquier precio y que la historia no admite interpretaciones interesadas. En el fondo, José María Izquierdo es una garantía de que la sociedad funciona. Él es justamente una de las personas que la hace funcionar. Por eso todos le debemos tanto, incluido aquel vecino que informó a los terroristas de dónde vivía el policía y de cuál era su coche, y que hoy, tras unos pocos años en la cárcel, puede pasear cómodamente por la calle con sus familiares y sus amigos. Él ha recuperado la libertad gracias a los mecanismos jurídicos y penitenciarios del sistema que trataba de combatir. Sin embargo, nunca tendrá la dignidad que su víctima pasea en su silla de ruedas en estos días aún dudosos de la primavera. Mientras existan personas como José María Izquierdo se puede seguir confiando en la democracia y en la humanidad.
Rafael Doria, Chon Latienda, Patxi Mendiburu, Salvador Ulayar y Cecilia Ulzurrun en nombre de Libertad Ya
4 comentarios:
Jamás olvidaré esta Carta!! Cómo me hizo llorar!! Estaré eternamente agradecida a todos los que la escribisteis. Y sí, mi padre es un ejemplo de dignidad como la copa de un pino. Lo que hemos aprendido es a no vivir con odio porque nos habríamos perdido hace mucho tiempo. Gracias de corazón.
Gracias a ti, Olga Izquierdo Monreal, por tu lucha diaria
Conocí a José María y a Consuelo porque fuimos vecinos unos años en Yamaguchi. No sabía la causa de su su invalidez. Pensé, ingenuo, que sería víctima de alguna enfermedad o quizá un desgraciado accidente. Cuando conocí, ellos me lo contaron, que aquella mutilación era víctima del odio y del fanatismo de una parte de nuestra sociedad, palidecí. Y me sentí más cerca desde entonces de aquella familia, de la soledad que todavía sufrían, de la incomprensión que debían sentir por el devenir de nuestra Navarra, de la humillación de ver sentados en nuestras instituciones, con el voto de el apoyo efectivo de miles de navarros, de aquellos que apoyaban, defendían ya amparaban a los autores de aquel crimen. Aquellos que con su voto, o con su silencio, venían a decir que aquel hombre bueno, José María, merecía aquel castigo. Y lo que más me sorprendió fue ver cómo aquella familia, aquel hombre, su esposa, y sus hijas eran capaces de vivir sin odio, desde su humildad y discreción, pero con toda la dignidad del hombre justo, aquella situación e incomprensión. Algunas tardes, veía pegatinas con el anagrama de ETA en las señales colocadas a la puerta de nuestra casa, y trataba de arañarlas antes de que José María o Consuelo pudieran verlas. En una minúscula parte, era capaz de sentir parte de su dolor e incomprensión. Desde entonces hasta hoy hemos coincidido muchas veces, aunque dejamos de ser vecinos. Siempre en actos de recuerdo y dignidad, y en todos me ha vuelto a conmover su DIGNIDAD. El odio es destructivo para la persona y ellos supieron superarlo, pero la amnesia es destructiva para la sociedad, y también ellos han sabido mantener perenne su testimonio.
Un fuerte abrazo, querida familia. Sois un ejemplo para nosotros y formáis parte de la historia tratamos de que transmitir a nuestras hijas, sin odio pero con memoria. La historia de horror que hemos padecido en nuestra tierra, y que todavía nos coarta la libertad. La historia de miseria humana que protagoniza la vida de una parte de nuestra sociedad, y de los políticos que la representan y hasta ahora -ojalá no más- nos han gobernado en estos últimos 4 años.
Fuerte abrazo. Os queremos.
Vuestros antiguos vecinos Pablo, Isabel, Isabelita y Teresa.
Muchísimas gracias por tu comentario Pablo! No tengo palabras. Los valores que nos transmitieron nuestros padres nos han servido para seguir adelante y transmitir los también a nuestros hijos. Un abrazo muy emocionado!!!
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