lunes, 3 de agosto de 2020

Cipriano Olaso, más que una calle

Cipriano Olaso sólo conoció el viejo Seminario de Dormitalería, a la derecha
Quitando San Fermín, Cipriano Olaso ha sido el único pamplonés que murió en olor de santidad. Pero todavía no es santo y tiene escasas opciones de serlo. Como decía un amigo, "si hubiera sido del Opus Dei, tiempo ha que habría subido a los altares, pero en Navarra nos movemos más por los santos foráneos que por los forales".
La propia hermana de D. Cipriano, conocedora de su profunda y sincera humildad, nos da la explicación: "a nada que pueda en el cielo, hará todo lo posible para que no lo canonicen". 
Parece que hasta ahora ha podido. 

Calle Curia
Según me dijo Miguel Larrambebere, rector del Seminario, "Cipriano Olaso nació en la calle Curia, subiendo a la izda, en una casa que tiene un Sagrado Corazón".  Subo con Google Maps por la curiosa Curia y en el número 9 encuentro la esbelta imagen. Vivió en el tercer piso:


Ezequiel y Cipriano. 03/12/1930 Hemeroteca DN 
1932 El cortejo fúnebre de Ezequiel Seminario, por Blanca de Navarra
Ezequiel Seminario, de Mañeru, el que dos años después recibiría un tiro de gracia por parte de Álvaro Galbete quien, a su vez, sería fusilado en el 36 por los requetés de Mañeru:
"Vicaría General. En memoria del Presbítero D. Cipriano Olaso. Para acceder a unánimes deseos del clero y de muchos fieles, insistentemente reiterados, se ha pensado en escribir la vida del virtuosísimo sacerdote, don Cipriano Olaso Aranguren, director del Seminario Conciliar, honor del clero navarro, que acaba de fallecer en la paz del Señor. A este efecto, cuantos conozcan o posean datos referentes a la vida y virtudes del mencionado sacerdote, se servirán comunicarlos a la mayor brevedad a la Rectoral del Seminario, a fin de que la proyectada vida resulte acabada, un reflejo fiel de las virtudes en que sobresalió el finado señor Olaso y un monumento digno y ejemplar a su santa memoria. 
Pamplona 1.° de diciembre de 1930. Dr. Ezequiel Seminario, Vicario General."

Visita al Seminario. Rector, Miguel Larrambebere
En la Capilla Mayor del Seminario, frente al altar, está enterrado Cipriano Olaso:
Capilla del Seminario. Sobre la tarima, la lápida de Cipriano Olaso
Alfa Crismón Omega / Cipriano Olaso Aranguren / Presbítero Unión Apostólica
"llevó a cabo, callada e incansablemente, numerosas obras de piedad y de caridad en beneficio del clero y del pueblo. Murió dejando en pos de sí el buen olor de Cristo" (Santiago Cañardo).
Murió piadosamente 15 Nov 1930; En este túmulo   16 Abril 1942

Traducción libre de Santiago Cañardo: "En vida, con tu testimonio, hiciste arraigar el modelo de Cristo en los seminaristas. Ahora eres la buena semilla sepultada, y en derredor tuyo crecen nuevos retoños".

Miguel Larrambebere, rector del Seminario, hizo de anfitrión en la visita y nos obsequió con este escrito de Santiago Cañardo que satisface con creces mi deseo de que en Desolvidar haya una entrada dedicada a alguien que es mucho más que el nombre de una calle.
SEMBLANZA DE UN SACERDOTE DIOCESANO EN EL AÑO SACERDOTAL
D. CIPRIANO OLASO ARANGUREN (Pamplona, 1968-1930)
Un hombre de Dios                                                          por Santiago Cañardo Ramírez, Pbro
Muchas veces nos preguntamos qué es lo que los hombres piden al sacerdote, qué es lo que esperan de él. Juan Pablo II respondió a estos interrogantes en su Exhortación apostólica Pastores dabo vobis del siguiente modo: "El sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios" (PDV 47). 
Pues bien, todo esto es lo que fue el sacerdote diocesano navarro D. Cipriano Olaso Aranguren: "Un hombre de Dios". Ese fue el título de una pequeña biografía suya, publicada a mediados del siglo pasado por D. Blas Fagoaga, profesor en aquél entonces en el Seminario de Pamplona. Todos los que lo conocieron coinciden en que D. Cipriano era un sacerdote que vivía completamente sumergido en el amor de Dios y de ahí nacieron todos sus frutos apostólicos. Aún hoy su memoria sigue viva en Pamplona. Ahora, con motivo del Año Sacerdotal, vamos a recordar a este venerable sacerdote de nuestro presbiterio diocesano, verdadero modelo para los sacerdotes de hoy. Pero, ¿quién era Cipriano Olaso? 
Casa de su familia en el número 9-3º de la calle Curia. 
Sus primeros años 
Nació en Pamplona el 16 de septiembre de 1868. Pasó toda.su vida en lo que hoy es el Casco Viejo de Pamplona, en concreto vivió en el tercer piso del número 7-9 de la calle Curia. Era el primero de los cinco hijos -dos de ellos sacerdotes: Cipriano y Julián- nacidos del matrimonio formado por Miguel Olaso Salinas (un pequeño comerciante de tejidos, venido de Roncesvalles) y Ramona Aranguren Errea (natural de Salinas de Pamplona). Recibió los sacramentos de la iniciación cristiana en las parroquias de San Juan Bautista y de San Agustín. En 1879 ingresó en la Asociación de Los Luises...
1889.Los Luises 1. Cipriano, con 21 años. 2. Aquilino García Deán, el fotógrafo. AMP
... y en 1880, con doce años, en el Seminario de Pamplona, situado a muy pocos metros de su casa, en las inmediaciones del palacio episcopal. Fue seminarista externo, destacando ya entonces por su profunda piedad. A las 6 de la mañana iba con sus compañeros externos a rezar en la iglesia de Santo Domingo y por las tardes. una vez concluidas las clases, se encargaba de dirigir la oración ante el Santísimo expuesto en la capilla de la Virgen del Camino. En 1892 fue ordenado sacerdote; celebró su primera Misa en la iglesia de Santo Domingo. En 1893 se graduó en Toledo como Licenciado en Teología. 

El estandarte del Corazón de Jesús, al que se consagró D. Cipriano, que hoy se conserva en la parroquia de San Nicolás de Pamplona. 

El buen pastor que amó a todos...
Toda la vida sacerdotal de D. Cipriano transcurrió en su ciudad natal, donde su ministerio abarcó los dos polos del único sacerdocio de Cristo, pues se consagró a la santificación de los seminaristas y de los sacerdotes y también a la de los fieles, fundando o atendiendo en la capital navarra la mayor parte de las obras de perfección y apostolado de la Pamplona de comienzos del siglo XX, una pequeña ciudad que apenas superaba los veinticinco mil habitantes. 
Plaza del Castillo, en la época de D. Cipriano
Luchó hasta la extenuación por la santidad de todos, a fin de que los fieles cristianos, desde los niños, hasta los obreros, pudieran hacer de su vida una ofrenda agradable a Dios. 

Padre espiritual de los seminaristas y de los sacerdotes 
Pasarela Convento Merced-Seminario
Desde los doce años hasta su muerte, D. Cipriano vivió para el Seminario de Pamplona. Primero fue seminarista y, dos años antes de ordenarse, ya era profesor de Latín. Después lo fue de Teología Moral, Mística y Ascética, Retórica y Poética latina y española. También dio las conferencias dominicales a los de 1° y 2° de Filosofía, sobre los medios de perfección cristiana; incluso ejerció de Maestro de ceremonias. En sus últimos años, desde 1925 hasta su fallecimiento en 1930, fue padre espiritual. Fundó una escuela de Santidad y la asociación "San Francisco Javier" para seminaristas y sacerdotes, que organizaba un cursillo misional todos los veranos y al que él asistió con fidelidad hasta poco antes de morir. Desde el Seminario, fue alma de la espiritualidad del clero navarro, como fundador del Centro diocesano de la Unión Apostólica en 1917 y del que fue siempre su Director hasta el final de su vida. Desde este Centro contribuyó decisivamente a la formación humana y espiritual del clero navarro durante varias generaciones. La Unión Apostólica llegó a contar con más de 400 sacerdotes inscritos. 

El apóstol de Pamplona 
En Leyre, poco antes de morir.
Durante veinticinco años, desde 1905 hasta el final de su vida en 1930, fue el alma espiritual de Pamplona. Durante esos años dirigió la Archicofradía de la Guardia de Honor, situada en la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de las Madres Salesas. Allí celebraba cada día la misa de reparación, a la que se unían los cultos especiales de los primeros jueves y viernes de mes, los Ejercicios espirituales en Cuaresma, y el mes de junio, con la novena previa a la gran fiesta del Corazón de Jesús; ese día, la ciudad entera vibraba con las colgaduras, la procesión de los niños, precedida por la procesión de la aurora, con hombres y jóvenes que recorrían los diferentes altares de las iglesias de Pamplona en homenaje, amor, gloria y reparación, para finalizar con la comunión general y la comida a los pobres, ofrecida por él mismo. 
En el Centro de obreros de Pamplona
Allí creó una Escuela de Santidad, para llevar a la vida de perfección a las socias, y la Obra de las iglesias pobres de Navarra, que proporcionó ornamentos y objetos de culto eucarístico a infinidad de pequeñas iglesias de nuestra diócesis. Fundó también una sección de obreras y sirvientas. Gracias a su celo, la Guardia de Honor se extendió por otras localidades: Tafalla, Puente la Reina, Viscarret, Estella... En vida de D. Cipriano, la Guardia contó con celadoras en 97 parroquias de Navarra. 

Como director diocesano de la Obra de Entronización del Corazón de Jesús en los Hogares, realizó más de tres mil entronizaciones en las casas de Pamplona y de los alrededores. En su apostolado seglar ejerció también los cargos de Director de la Congregación de San Luis, los Luises (1916-1925), en la que trabajó con los jóvenes. 

A D. Cipriano, por el autor 
del retablo de la iglesia
de las Salesas
También ejerció de consiliario del Centro escolar de obreros de Pamplona (1905-1930), donde daba instrucción religiosa los domingos a los jóvenes aprendices. Este Centro había sido fundado en 1881 por su tío Eustaquio Olaso Salinas, prototipo de prohombre caritativo, que dedicó buena parte de su hacienda y de su tiempo a beneficiar a quienes más lo necesitaban. Don Cipriano trabajó por la promoción humana y espiritual de los trabajadores. El obispo lo nombró vocal del consejo diocesano de las Corporaciones Católicas Obreras, constituido en el salón de grados del Seminario de Pamplona el 16 de agosto de 1906, con participación de eclesiásticos y seglares, entre ellos D. Vitorino Flamarique, párroco de Santa María de Olite, impulsor del cooperativismo agrario en Navarra, con la creación en 1904 de la Caja Rural de Ahorros y Préstamos. 
Don Cipriano también ejerció el apostolado de la pluma. Primero colaboró en la revista católica pamplonesa llamada Hoja semanal (Pamplona 1900-1914), precursora de La Verdad, en cuya primera página publicaba su instrucción cristiana. Allí explicaba, en forma de preguntas y respuestas, todos los fundamentos de la fe cristiana: el credo, los sacramentos, los mandamientos y la oración en sus diversas modalidades. Como botón de muestra, ésta era su explicación de la petición del Padrenuestro "danos hoy el pan de cada día": "Dios quiere que no seamos demasiado solícitos preguntando: ¿qué comeremos o qué beberemos? O ¿con qué nos vestiremos?, antes bien desea que tengamos entera confianza en su Providencia., pues Él sabe que necesitamos de todas estas cosas". 

Ejemplares del Mensajero Eucarístico, 
revista fundada por D. Cipriano.
En junio de 1910 fundó otra revista, el Mensajero Eucarístico (Pamplona, 1910-1923), como órgano de la Hermandad eucarística, fundada por él mismo ese año, y que tenía tres secciones (niños, jóvenes y hombres), a los que introducía en el amor al Corazón eucarístico de Jesús, mediante la comunión frecuente, el culto al Santísimo, las visitas a los sagrarios y la hora de guardia. En sus páginas manifestó su deseo, felizmente cumplido, de que todas las noches del año hubiera adoración eucarística en Pamplona. Se editaron 135 números. En la portada del primero de ellos aparece la síntesis de toda su espiritualidad, reflejada en estas palabras: "Nuestras primeras palabras sean para consagrar a Vos, oh Corazón eucarístico de Jesús, esta pequeña publicación. Queremos que sean para Vos todas sus páginas, todas sus líneas, todas sus letras. Deseamos inspirarnos en vuestro amor, escribir bajo vuestra mirada, buscar para Vos lo que expresa nuestro lema: Gloria, amor y reparación. Iluminad nuestra mente, encended nuestro corazón, guiad nuestra pluma, bendecid nuestra empresa. ¡Sagrado Corazón de Jesús, confiamos en Vos, que sabéis hacer cosas grandes con débiles instrumentos, y confundir la sabiduría y prudencia mundanas con la ignorancia y sencillez de los que en Vos confían. ¡Amabilísimo Corazón de Jesús! ¡Todo por Vos! ¡Todo para Vos!" 
El carnet de adorador nocturno de D. Cipriano 
Olaso, fechado el 20 de junio de 1920.

Por último, diremos que sólo tuvo un cargo parroquial, el de párroco de San Nicolás de Pamplona, en el que tan solo duró menos de un mes (del 15 de diciembre de 1924 al 13 de enero de 1925). La responsabilidad del cargo le abrumó hasta ocasionarle graves problemas de salud. Él mismo decía al respecto: ¡No sabes lo que es la salvación de las almas! ¡No valgo: soy un miserable! El obispo lo llevó de nuevo al Seminario, donde pasaría los cinco últimos años de su vida como director espiritual. 


La fuente: su amor al Corazón eucarístico de Jesús 
Luises, 1922 Roldán AMP
El Santo Cura de Ars decía que "el Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús". Pues bien, ese amor constituyó el alma sacerdotal de D. Cipriano. Toda su inmensa obra apostólica nacía de una profunda vida espiritual, que él mismo resumía en el lema que acabamos de ver: "Todo para el Corazón eucarístico de Jesús". Don Cipriano quiso que el corazón de todos fuera "todo entero para Cristo". Para ello vivía, y anunciaba sin descanso la adoración permanente de la presencia real de Cristo en la eucaristía. En sus pláticas pedía sin cesar que todas las "miradas, afectos y deseos se dirijan al Sagrario". 
Como ya dijimos, desde seminarista fue asiduo a la visita diaria a Jesús Sacramentado. También educaba y acompañaba a los niños a la visita al Santísimo Expuesto, en Pamplona y en los pueblos vecinos. De este modo, consiguió que todos los domingos y días festivos hubiese adoradores durante el Expuesto. Fue él quien instauró la Adoración Nocturna en Pamplona en 1907, a partir de una asociación eucarística llamada 'Asociación de la Vela", integrada por 180 hombres. También fundó el turno de sacerdotes adoradores llamado Cor Iesu y el de San Tarsicio, para niños y jóvenes, en 1908. En 1911 creó la Hermandad Eucarística con sus tres secciones, anteriormente descritas. Por último, fundó en la diócesis la Pía Unión de "Las Marías para los Sagrarios", con esta finalidad: "Es necesario que en torno a los Sagrarios haya siempre una corte permanente de amor, y no se dé el doloroso espectáculo de quedar el Sagrario sin más compañía que la lámpara, cuando los paseos están llenos". 
Asistió a los turnos de adorador hasta el final de su vida, aunque durante los últimos años las vigilias iban seguidas de cólicos hepáticos. Los sacerdotes del turno Cor Iesu relatan que, una vez terminada la noche de adoración, todos se retiraban, "menos don Cipriano, que volvía a la iglesia, en la que, después de una hora o más, el sacristán le encontraba arrodillado, inmóvil y extático, ante el altar de Nuestra Señora la Virgen Santísima del Camino". En verano llegó a caminar desde Roncesvalles a Pamplona, a fin de no faltar a su turno de adorador. Ese espíritu de adorador lo vivió siempre, desde niño hasta su muerte. 

Su humildad: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" 
De todas formas, la virtud de D. Cipriano más apreciada por todos los que le conocieron no se basaba en la inmensa labor apostólica que acabamos de relatar, sino en su humildad. Los testimonios al respecto son unánimes: 
"Humildad, mansedumbre y dulzura, caridad, mortificación... su porte exterior que respiraba piedad y endiosamiento por todos los poroslicadeza. . . Don Cipriano domó en todo a su hombre" (Prof. García Barberena). 
AGN
"Su humildad encorvaba su cuerpo... Nunca en él una precipitación... Todos los días tenían el mismo color... Bueno, siempre humilde, siempre ejemplar, siempre admirable. Sus ojos estaban como subyugados por su profunda vida interior Y todo lo apagado y silencioso que fue su paso por la vida, ha quedado en cuantos le conocimos más grabada e indeleble su imagen" (Eladio Esparza, periodista). 
El testimonio más bonito y conmovedor sobre esta humildad nos lo da el padre Moisés Domezáin, misionero jesuita en Japón y conocedor de D. Cipriano en sus años de infancia y juventud en Pamplona: 
"Fue todo humildad, todo mansedumbre... No impulsaba sus obras con éxitos aparatosos ni bullicio de propaganda; no nos arrastraba por su elocuencia... Desde el púlpito, si no nos aburría, tampoco nos interesaba lo que nos decía. Si no hubiera sido él que nos hablaba, no hubiéramos ido a escucharle... De sus escritos me parece que no pude leer ninguno de ellos hasta el fin. Tampoco recuerdo ninguna frase de lo mucho que le oí... Por eso mismo resultaba para mí más incomprensible el misterioso y suave encanto de su figura, que, cada vez más, me cautivaba... Lo explicaría así: D. Cipriano vive vida pujante en un mundo superior. . . Su humildad y mansedumbre eran reflejo de su trato íntimo con Dios... Pamplona lo veneraba por su celo infatigable, por su abnegación; pero, mucho más, por su modestia y humildad. Se podrá concebir un hombre de mayor elocuencia, celo y actividad; pero yo al menos no me imagino un hombre más humilde y manso que el buen D. Cipriano. Por eso, al verlo, comprendía yo por qué no dijo el Divino Maestro 'Aprended de Mí, que soy elocuente, simpático, sabio y habilidoso..."; sino que dijo tan solo: 'Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón". Y eso era D. Cipriano; esa, su fuerza misteriosa; él supo acertar con lo único necesario para conquistar las almas y llevarlas a Dios: fue manso y humilde, en extremo".  

Su amor a los niños: "Dejad que los niños se acerquen a mí" 
Iglesia de Santo Domingo a finales del siglo XIX,
donde daba D. Cipriano la catequesis a los niños
.
Desde esta humildad, Don Cipriano permaneció siempre cerca de los niños, incluso podemos decir que, siguiendo el mandato evangélico, él mismo se hizo niño, pues su corazón fue extraordinariamente infantil. Le gustaba el trato con ellos y los obsequiaba con sabrosas meriendas, mientras les enseñaba preciosas jaculatorias y jugaba con ellos. Durante sus veranos en Roncesvalles, las tardes de lluvia iba a su casa un niño, de unos siete años e imposibilitado de las manos, lo que le impedía jugar con los demás niños. Don Cipriano le hacía en la cocina, junto al hogar, gallinas de papel, un gallinero y un gavilán grande. Los dos niños jugaban y se reían juntos.
Durante muchos años colaboró en la catequesis de los niños en Santo Domingo, donde se concentraba toda la catequesis parroquial de Pamplona, dirigida por D. Juan Cortijo. Los niños guardaron siempre de él un entrañable recuerdo: 
Cándido Testaut "Arako"
"Era el verdadero apóstol de los niños.. ., el buen cuidador para librarnos de los peligros malignos, el buen Padre que amorosamente nos enseña los caminos del Bien... "Dejad que los niños se acerquen a mí", así, estas palabras del Divino Pastor parecían sentir nuestros corazones cuando vivíamos en torno a D. Cipriano. ¡Con qué santo amor nos preparaba para que recibiéramos dignamente el Cuerpo de Jesús!... La vida santa de D. Cipriano era doblemente vivida con sus queridos niños, para guardar sus puras almas como las mejores flores y ofrecerlas al jardín de la eterna felicidad. Así pasamos los mejores años de nuestra vida... Nos quedó la firme seguridad de que desde el Cielo seguirá guiando nuestros pasos para llevarnos consigo a la Gloria eterna, meta anhelada en su vida ejemplar" (Miguel Pérez, El apóstol de los niños, en Diario de Navarra, 16-4-1942). 
"Jamás le escuchamos una expresión denotadora de enfado. Dentro de nuestra corta edad. . ., el respeto que le guardábamos no guardaba relación alguna con el temor. . . Era un respeto íntimamente amoroso, de profunda simpatía espiritual. . . un algo misterioso y atrayente que irradiaba aquel su lánguido y beatífico mirar. . ." (Arako, Don Cipriano en la Cátedra, en Diario de Navarra, 16-4-1942) 

Su total comunión con el obispo y con los sacerdotes: "Que todos sean uno" 
El ministerio de los sacerdotes sólo es comprensible desde la plena comunión y colaboración con su obispo.
En su despacho del Centro
Mariano, sede de los Luises.
 
Sin embargo, esta unión sufre la prueba de situaciones complejas. Tal fue el caso de un grave incidente ocurrido en Pamplona el año 1905, motivado por la inasistencia del Seminario a la consagración episcopal de dos obispos navarros, hijos de ese Seminario, celebrada en la capilla de la Virgen del Camino. Esta ausencia sentó muy mal en la ciudad y provocó las críticas de un conocido diario católico de la capital hacia el Rector del Seminario, que el Obispo entendió como dirigidas a su persona.
El Rector propuso a los profesores una protesta contra el citado periódico. El profesorado se dividió en dos mitades: 7 suscribieron la condena sin reservas, 1 con salvedades y 7 no la firmaron, pidiendo que se dejase tiempo, para que se calmaran los ánimos. Sin embargo, el asunto se complicó cada vez más. Los siete profesores que no firmaron la condena fueron apartados de la docencia, cuando eran todos de conducta intachable. La tensión llegó a tal grado, que incluso intervino la Santa Sede con un visitador especial.
Pues bien, D. Cipriano mostró en este asunto, una vez más, su humildad y su profundo sentido de la comunión eclesial. Siempre se mantuvo fiel al Obispo, a la par que muy unido a sus hermanos sacerdotes injustamente sancionados. De este modo, intervino pidiendo al obispo una solución conciliadora, recomendándole que buscara una colocación conveniente para los sacerdotes perjudicados por la destitución y que también se congraciara con los periódicos, que habían sido condenados. De este modo dio un admirable testimonio de unidad con el obispo, con los sacerdotes y con los laicos, tan necesaria entonces como hoy, para que el mundo crea.

Google Maps
...Y al que todos amaron 
D. Cipriano falleció en Pamplona el 15 de noviembre de 1930, a los 62 años de edad. Este hecho conmocionó a la ciudad, pues todos lo consideraban un santo. La capilla ardiente y los funerales representaron una clara manifestación de esa fama de santidad. La prensa resaltó la asistencia de multitud de personas pertenecientes a todas las clases sociales, así como el hecho de que muchos de ellos pasaran rosarios y otros objetos de piedad por su cadáver. 

La fama de santidad al morir 
AGN
Los testimonios recogidos por los diarios en aquellos 4 días hablaban, ante todo, de su piedad ardiente, su silencio, su mansedumbre, su humildad, su amor a los niños y a los pobres, su desprecio de los cargos y dignidades, su generosidad y también de cómo infundía consuelo y esperanza en el confesionario. La prensa de diferentes colores políticos coincidió en su santidad. Así, Eladio Esparza afirmaba en Diario de Navarra que "a todos nos parecía que era un santo". Martinicorena en el periódico nacionalista La Voz de Navarra decía que D. Cipriano "tenía ese algo irresistible y misterioso de la bondad y de la virtud que a fuerza de ser bueno y bello, puro y santo, arrastra tras de sí la venercuión, el respeto y el amor de los hombres" . El diario carlista El Pensamiento Navarro comentaba que su figura se hacía atrayente y simpática para el pueblo hasta el punto de que "cuando recorría nuestras calles parecía dejar en pos de sí una estela de santidad" y añadía que "el recuerdo de este gran sacerdote, varón angelical santo humildísimo, perdurará en Pamplona y en la Diócesis entera por muchos años".
A la hora de reconocer su santidad no importaban las diferencias políticas, todavía más marcadas en aquel entonces que en la actualidad. Así, D. Cipriano cosechó la simpatía hasta de los sectores más opuestos a la Iglesia. Los llamados entonces "hombres de izquierda" solían decir "¡Como ese cura no hay dos!". Lo creyeron santo "hasta los que en nada creen", decía de él Eladio Esparza. 
Salida del féretro de Curia 9 hacia el cementerio
La fama de santidad en aquel momento fue tan grande que el Boletín Oficial del Obispado de Pamplona de diciembre de 1930, a tan sólo quince días del fallecimiento, incluyó una nota firmada por el Vicario General, D. Ezequiel Seminario, en la que recogiendo "los unánimes deseos del clero y de muchos fieles", pedía la aportación de datos referentes a la vida y virtudes de este sacerdote "honor del clero navarro". Estos testimonios serían recogidos por D. Joaquín Elcano, entonces rector del Seminario y sucesor de D. Cipriano como Director diocesano de la Unión Apostólica, además de gran admirador de su persona. Gracias a ellos, pudo publicarse en 1941 su primera biografía, escrita por el canónigo pamplonés D. Juan Manuel Chavarri, titulada D. Cipriano Olaso Aranguren. Breve noticia de su santa vida y de sus escritos. 

El multitudinario traslado de sus restos a la capilla del Seminario 
Fondo: la Magdalena
La fama de santidad creció durante los años siguientes. Movido por ella, el nuevo Obispo de Pamplona, D. Marcelino Olaechea obtuvo de la Santa Sede la autorización para el traslado de sus restos del cementerio de Pamplona a la capilla mayor del nuevo Seminario, inaugurado tras la guerra civil. Ello ocurrió el 16 de abril de 1942. Miles de personas acompañaron dicho traslado, que contó con paradas solemnes en la iglesia de las Salesas y en la Catedral, y con la participación de cuatro obispos (los de Pamplona, Segovia, Vitoria y Oviedo), más de quinientos sacerdotes, cuatrocientos cincuenta seminaristas, además de los familiares directos de D. Cipriano y las asociaciones dirigidas por él, acompañadas por sus respectivas banderas. Posteriormente, se fundó una beca en el Seminario con su nombre. En 1952 también se le dedicó una calle en el II Ensanche de Pamplona. Sin embargo, la Causa de canonización quedó paralizada a causa del traslado de don Marcelino Olaechea a Valencia en 1946 y del fallecimiento de sus principales impulsores. Cuarenta años después sería de nuevo rescatada y reabierta por el arzobispo don José Ma Cirarda, a instancias de su Vicario General don Pedro Mª Zabalza, coincidiendo con las bodas de oro del Seminario diocesano, momento en el que se puso su nombre al aula magna del mismo.
¿En qué hogar no estaba entro-
nizado el Corazón de Jesús?
La razón última por la que esta Causa no haya prosperado puede hallarse en el testimonio que nos daba hace unos días una de sus familiares, que recordaba cómo la propia hermana de D. Cipriano, conocedora de su profunda y sincera humildad, decía que "a nada que pueda en el cielo, hará todo lo posible para que no lo canonicen". Parece que hasta ahora ha podido. 

La actualidad de su testimonio 
¿Qué nos queda hoy de toda esta santidad de D. Cipriano? Nos queda aquello que nunca desaparece: la vida y el ministerio de un sacerdote, en el que se hace presente las palabras y los gestos de Cristo. Ésa fue su identidad y ésa es la identidad, la dignidad y la fuente de la alegría del sacerdote de todos los tiempos. A D. Cipriano sólo le apremiaba el amor de Cristo y así lo percibieron los pamploneses de todos los colores. 
El testigo de Cristo a santidad nace de Dios, el único santo. Por eso D. Cipriano quiso llevar a todos el amor de Dios. Esta era la materia favorita en todas las pláticas: hablar del amor de Dios, y de su misericordia y generosidad para con los pecadores. Pero, sobre todo, D. Cipriano enseñó ese amor de Dios con el testimonio elocuente de una vida sencilla, en la que siempre quiso cumplir la voluntad de Dios:
AGN: El Centro Mariano me debe varios cientos de
 pesetas (D. Alejo Eleta tiene la nota). Quiero que a esos
cientos  de pesetas se agregue de mi dinero hasta llegar a
mil pesetas y que estas mil pesetas sean  destinadas a la
Congregación de San Luis para los gastos de los ejercicios
espirituales que dicha Congregación celebra todos los años

"Sólo vivía para regalo del prójimo y para mortificación constante de su persona, todo ello por amor a Dios. Fue D. Cipriano un pamplonés que sin salir de su pueblo ejerció su sagrado ministerio con un celo insuperable. Era la bondad personificada, el misionero que acaso convence más que por su elocuencia por la grandeza de su corazón y la ejemplariclad de su conducta... ¡Qué dulzura y qué paciencia la suya, qué alma tan angelical! Era tan bueno, tan manso y tan humilde..., que, Idos de asomar el más mínimo gesto de disgusto y de soberbia, lo aceptaba todo..." (SAP, ¡Era un santo!, en El Pensamiento Navarro, 16-4-1942). 
El sacerdote D. Eusebio Mocoroa, compañero en varias de sus tareas de apostolado, decía que "Don Cipriano estaba muerto a todo y muerto a sí mismo para vivir escondido con Cristo en Dios... La santidad es un sacrificio heroico y continuo. Don Cipriano en la igualdad de su carácter, en su asombrosa paciencia, en su amabilidad diaria para todos, escondía muchas veces el sacrificio que desgarraba el alma y el cuerpo débil y enfermo"... (periódico Arriba España 16-4-1942). 

Modelo para los sacerdotes y seminaristas de hoy 
D. Cipriano vivió una total identificación con su ministerio sacerdotal. Por eso, los sucesivos obispos de Pamplona nos lo.han presentado como un ejemplo de vida para el clero navarro. Don Marcelino Olaechea pidió a los sacerdotes que le mirasen como un espejo de virtudes sacerdotales: "espíritu interior, celo ardiente y lleno de exquisita prudencia, modestia sacerdotal en todo, mansedumbre, sencillez y ansia de vivir oculto". 
Benedicto XVI nos decía en la apertura del Año Sacerdotal que hoy necesitamos "sacerdotes capaces de hacer sentir a los hombres el amor misericordioso del Señor". Pablo VI nos recordaba que "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio". 
Todo esto es lo que los fieles sentían y apreciaban en la persona de D. Cipriano. Por ello, el epitafio latino de su lápida sepulcral, en la capilla mayor del Seminario, comienza diciendo que "llevó a cabo, callada e incansablemente, numerosas obras de piedad y de caridad en beneficio del clero y del pueblo. Murió dejando en pos de sí el buen olor de Cristo".
Portal de su casa
Y termina diciendo, con gran verdad, que "en vida, con tu testimonio, hiciste arraigar el modelo de Cristo en los seminaristas: Ahora eres la buena semilla sepultada, y en derredor tuyo crecen nuevos retoños". Esa es la gracia que pedimos a Dios para nuestro Seminario diocesano de Pamplona en este Año Sacerdotal. 

Bibliografía y páginas sobre Cipriano Olaso
Además de los ya citados,
-Juan Chávarri Remírez, D. Cipriano Olaso Aranguren: Breve noticia de su santa vida y de sus escritos, Aramburu, Pamplona 1941;
-Blas Fagoaga, Un hombre de Dios: D. Cipriano Olaso Aranguren, Vitoria, [s.n.], 1953
-Santiago Cañardo Ramírez, D. Cipriano Olaso Aranguren, un hombre de Dios

hay en la red algunas breves reseñas sobre el sacerdote nacido y fallecido en la calle Curia:
- Gran Enciclopedia de Navarra
- Diario de Navarra: Cipriano Olaso

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