martes, 7 de agosto de 2018

El verano de los viejos tiempos


El verano del 62, con 12 años, pasé 40 días con mis tíos en Cemboráin (Valle Unciti, Navarra). Me monté en la Losina (una yegua fabulosa); orillé con la hoz y la zoqueta; me subí al trillo; con la pertica dirigía a los bueyes (¡aida, buey! ¡sooo, Castaño!); fui a segar al Pineral, desde donde mi tío Severino me enseñó Pamplona (a la que, después de un mes, ya echaba en falta)... 
Este artículo de Fidel Eguaras me ha traído recuerdos entrañables.

El verano de los  viejos tiempos 
Las personas de edad y de pueblo hemos sido testigos de modos de vida en el campo que, con el paso del tiempo, se han abandonado. Las labores de azada y de apero, tirado por animales, se practicaban igual que en épocas más antiguas. La tierra tenía una apariencia más humanizada por un mayor contacto entre el hombre y la naturaleza, a través del sudor y del cultivo sin reposo.  
Al principio de verano comenzaba la siega en mi localidad. En parcelas menores se realizaba a hoz y zoqueta que servían también para orillar bordes de campos más grandes y abrir espacio a la máquina segadora. 
En la época de más calor se acarreaba la mies sobre un carro, movido por bueyes y caballos, a golpe de pértiga (en Cemboráin, 'pertica') o zurriaga. Trepar por la soga, sentarme en los fajos más altos, a limpia jota con mi padre y mis hermanos, que iban a pie, significaba sentirme como un pequeño gran hombre. La trilla era de arrastre y se tardaba mucho en romper la parra hasta dejar suelta la mies y aventarla a un lado de la era. Después llegaría la primera trilladora “Ajuria Enea”, que unificaría esas labores. La paja se transportaba en grandes sábanas hasta subirla al pajar por una escalera apoyada en la pared de un corral. Una vez allá, los chavales la apretábamos, agarrando una horca al unísono, entre dos, con movimiento acompasado de rodillas y brazos. 
Había también tiempo para arrojarnos “zarpadas” de paja  y beber, de jarra, un refresco de vinagre, agua y azúcar. El trigo se llevaba a hombros hasta el granero familiar. Cargar desde el suelo un saco de 75  kilos era asegurarse la clasificación social de “fuerte” y hacer lo propio con una saca de harina de 100 kilos estaba solo al alcance de uno o dos en el pueblo (Lumbier).  
Al atardecer, íbamos a nadar a los sitios de mayor profundidad de nuestros ríos Irati y Salazar, como Sielva o El Puerto, si bien este último era usado solo por las chicas (pues hombres y mujeres no se bañaban en los mismos lugares). Después de cenar se “tomaba la fresca”, a pie de casa, y entre trago y trago de bota se contaban hasta muy entrada la noche historias antiguas de nuestra villa romana. 
FIDEL EGUARAS MONREAL

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