jueves, 12 de julio de 2018

Marcela, "Refugium corredorum"

Marcela, recibiendo el Bombo de La Jarana
Decía en 2004 Miguel Ángel Eguíluz (vídeo, 4'48") que, "después de hacer un buen encierro, te sientes más importante que el alcalde de Pamplona". Pero, ¿y antes del encierro, qué tal? Antes del encierro, los que corren de verdad van a la Librería Abárzuza, en la cuesta de Santo Domingo, que a esas horas es el "Refugium corredorum".

Casualidades de la vida -o quizás no- el día 8 salía en DN un artículo de "Plaza Consistorial", de Iriberri, un periodista que ha escrito preciosas páginas sobre Pamplona y al que tengo el inmenso gusto de conocer y apreciar. El artículo tenía este título:

Marcela
PLAZA CONSISTORIAL José Miguel Iriberri
Para los corredores de la cuesta, Marcela es una mano  amiga. Su librería, un posible albergue en la espera. Librería  Abárzuza.  Santo Domingo, 29. Marcela, la librera, Marcela de Pamplona, la única Marcela del mundo en Sanfermines, se ha llevado este año el Bombo de La Jarana. ¿Por qué? Por eso; porque Marcela es una mano amiga y su librería un faro de amistad para los corredores . Los vecinos del barrio, los de la ciudad entera, usted y yo y aquel australiano atónito, no lo dudo, también somos de La Jarana para entregarle a Marcela el Bombo de la peña y la colección completa de bombos del Struendo. 
Premio ciudadano, efectivamente. Librería, papelería, fotocopias, prensa, recuerdos, regalos, la tienda de Abárzuza es un ejemplo de comercio vital en el Casco Viejo, cuando ya han pasado los toros del 14 y  el corralillo  aloja un extraño silencio en el que, con palabras del poeta, “suena el énfasis de la ausencia”.  Santo Domingo, número 29. 
Ya saben, un poco más arriba de la hornacina donde habita San Fermín y de la casa que habitó su más distinguido músico, don Manuel (Turrillas, nº 39). 
- ¿Me das el periódico, Marcela? 
- Buenos días. Toma.  
Ese chico, o chica, que lee apoyado en la pared, tan tranquilo, como si la pared del número 29 de Santo Domingo fuera la del 54 de Marcelo Celayeta; esa chica, o ese chico, interesadísimos en no sabemos qué página, porque la cámara no llega, acaban de comprar el periódico donde Marcela. Sin prisas. No importa la cola. No están esperando a que abra Marceliano, imposible, sino a que salgan seis toros del corralillo, que saldrán.  
Chapu, el de barba, preparando la columna
El tiempo se estanca a las 07,30 horas, cuando baja la cuesta,  para  precipitarse luego, a las 08.00, ya de subida.  
Al  fondo de la bajera -un espacio de modernidad en la tierra de nadie de los Burgos-, algún corredor hojea un libro o pega la hebra.  
- ¿Marcela, te importa que deje un momento...? 
- Trae, sí; y no te olvides de entrar luego a recogerlo. 
El móvil, quizás. Un monedero excesivo. El chaleco. Son clientes habituales, caras conocidas, de confianza,  pero Marcela no desconfía de nadie. Y si alguien necesita aliviar algo más que las penas, al fondo a la derecha. 
Viva Marcela - ¡ay, Marcela!- la librera.

Decía "casualidades de la vida -o quizás no- el día 8 salía en DN...". 
Bueno, pues ayer día 11, Chapu Apaolaza -que, además de todo el trajín de encierro, corrida, fiesta, cachondeo...- encima escribe su columna diaria, también se la dedicó a la Librería Abárzuza, que le sirve de refugium todas las mañanas, media hora antes del encierro

Periódicos, miedo y Reflex 
¿Quién es esa chica tan discreta que está con Juanpe?
Al fondo, junto a los kilikis de goma, Sergio permanece sentado sobre un taburete y mira un punto fijo del suelo. Quizás se esté viendo en un rato, abriendo paso ante la manada como un rompehielos, o a lo peor cayendo debajo, preso en una lavadora de patas, cuerpos y pezuñas. 
Un poco más allá, cerca de los cuentos de los niños, Juanpe estira su cuerpo enorme y mojado y llena el aire de un olor mentolado a Reflex. Usa un tono cotidiano en el habla como si se dijera a sí mismo que no pasa nada, pero le delata la frente perlada de sudor y el color macilento de la piel. 
La librería, en calle Nueva, 81
Al otro lado del estante de libros, una cola blanca y roja de hombres aguarda a hacer uso del váter. Hablan unos con otros de vez en cuando, como si quisieran disimular un disparo en la barriga. Algunos corredores más jóvenes entran allí sin hacer ruido, casi sin querer estar, pidiendo un permiso que no necesitan porque allí nadie necesita permiso, y cuando uno de ellos se apoya sin querer en un juguete, éste emite un pitido infantil, un sonido fuera de contexto como de pato de goma. 
Periódicos, juguetes, miedo y Reflex: el sancta sanctorum del encierro en la Cuesta es la librería Abarzuza de Santo Domingo.
Puede entrar cualquiera al baño, a buscar consuelo, a por el periódico, a derrumbarse. 
El reactor nuclear de este espacio es una cajonera azul de plástico en la que cada cual deja lo que no quiere perder en el fragor de la carrera: llaves, colgantes, carteras y teléfonos. En los días malos, después del encierro sobran cosas y suenan los móviles. 
Este hospital de almas de las siete y media de la mañana es posible gracias a sus dueños: Rafa, que está sin hacer ruido y Marcela, cuya voz dulce flota en el aire de la librería como un bálsamo contra el infortunio. 
Este año les han dado el bombo de la Jarana en agradecimiento a su manera fundamental y obsesivamente discreta de estar ahí y de ayudar a una familia de gentes a la que consideran hermanos. En realidad, cuando el mundo se viene abajo, Marcela es la madre de todos. 
No se lo digan; pasa una vergüenza horrible.

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