sábado, 31 de diciembre de 2016

Navidad, 1954: Niño con hogaza en Ardanaz

Había cumplido cinco años y mi madre me mandaba ya a los recados. Bueno, todavía no se fiaba de mí más que para llevar el pan. Y yo iba encantado con esa bolsa de cuero negro de rombos. A veces, en vez de llevarla colgada de la mano -como las chicas- me gustaba echármela a la espalda, para hacerme el hombrico.
Aquella mañana, cuando mi madre me dio el dinero del pan, aproveché y le pedí 25 céntimos para comprar, para el belén, una figurica -que había visto en Ardanaz- de un herrero con un martillo y un yunque. Me recordaba mucho a un dibujo que había visto de un señor que era herrero y luego fue un cantante muy famoso.
Más contento que unas pascuas, salí como un cohete de Dormitalería 18, bajé toda la calle Curia y giré a la derecha para entrar en la panadería del señor Bartolomé, en los primeros números impares de la calle Navarrería. Y con la bolsa llena con las tres barras grandes de pan, me fui por Mercaderes, viendo belenes, hacia la calle Mayor.
Allí pasé por El Carrete y le eché un beso al "hombre de Netol", de parte de mi hermanico pequeño, Ramonchín, que nos hacía parar para saludarle, siempre que íbamos a los Jardines de la Taconera.
Antes de comprar la figura, me fui hasta el número 60, ERLA (Emilio, Regina, Loitegui, Aldaz) para que el dueño, un señor muy amable, me enseñara los pollitos que había en la tienda.

Ya de vuelta hacia Ardanaz, me vino a la cabeza una canción que había oído por primera vez esas navidades y que hablaba de unas campanitas y de lo triste que es andar por la vida, lejos del hogar. La cantaba un negro que debía de tener una madre ya viejita. La mía en cambio era muy joven. 
Tarareando la canción de las campanitas, me planté en el escaparate y me quedé un buen rato mirando, con la nariz pegada al cristal, todas aquellas maravillas. ¡Allí estaba el herrero!

Entré como un rayo, lo compré y, al salir, una señora muy rara, que parecía extranjera y que tenía una máquina de fotos, me preguntó cómo me llamaba. Le dije que Pachicu, y me dijo que le enseñara lo que había comprado. Y me dio ¡cinco pesetas! para que me comprara todas las figuras que quisiera. Le dije: "muchíiiiiiiiisimas gracias, señora" y ella me acarició la cabeza.
Aquellas navidades montamos en casa el belén más bonito del mundo, gracias a esa señora de la cámara que, aún no sé por qué, me dio tanto dinero. 
Pachicu, el niño de la hogaza.
Por Inge Morath (la señora rara)

3 comentarios:

desolvidar dijo...

En la Cuenca había un señor, al que las gallinas de su corral picoteaban los huevos. Un vecino le dijo que comprase huevos de plomo en la droguería Ardanaz (había las cosas más insospechadas), los pintase de blanco y así las gallinas se harían daño en el pico y dejarían de picotearlos y estropearlos.
El "cuenco" llegó a dicha droguería de la calle Mayor y al señor que le atendió, (encorvado y con una bata de drill)le preguntó:
- ¿Tiene huevos de plomo?
A lo que el dependiente contestó:
- No! reuma.
Verídico.
Jokin Idoate

Stell dijo...

Qué precioso relato! Lo he disfrutado muchísimo.

Pérez de Zabalza dijo...

Evidentemente te vio cara de chico bueno