viernes, 29 de junio de 2012

Ernesto Che Guevara y señora

                                    La Dama d'elChe                                       El Che                                                                
El lenguaje permite asociar elementos sorprendentes

martes, 19 de junio de 2012

Aibar: "T'ay de cantar", ¡quió!

¡Qué mejor vista de Aibar que desde el Zabaleta, sosteniendo en tu mano un vino Valdesoreta, quió!
T'ay de cantar
Uno llega a Aibar (Navarra) y se encuentra con estampas que parecen sacadas de un viejo libro, o mejor, de la película Tasio. Alguien ha sido capaz de movilizar a todo un pueblo para recrear retazos de su historia.
Lástima ese cierzo! Otro día a ver si cerráis la puerta, ¡quió!



¡Quió!
  • Expresión muy usada para llamar, saludar, etc. "Eís, quió!"; "¿Qué vida, quió?". [Ribera].
  • También se usa como interjección admirativa, equivalente a ¡uy!, ¡oi!, etc. ¡Quió qué gigante!; ¡Quió lo que quema!; ¡Quió qué majo! [Ribera, Aibar, Cuenca]
  • ¡Quió que no!: Expresión muy usada en la Ribera, que equivale a ¿cómo no?, ¿que no?: -¿A que no eres capaz de hacer eso? -¡Quió que no! ; -Tú ya no tienes fuerza. -¡Quió que no!
  • A veces equivale a en frases como estas: -¡Pero si parece un tonto! -¡Quió tonto! métele el dedo en la boca; -¡Prueba el vino! -¡Quió probarlo! No me ha prohibido el médico otra cosa. [Ribera]
Cuenta Iribarren que en Aibar, cuando se iniciaron las misas en castellano, al decir el cura: "El Señor esté con vosotros", uno desde el coro contestó: "Y con tu espíritu, ¡quió!". Como es sabido, ¡quió!, en una de sus acepciones, significa ¡cómo no! [Aibar]


(extraído de "Vocabulario navarro" de  José María Iribarren)

viernes, 15 de junio de 2012

"Canto de Altabiscar", por V.M. Arbeloa

Roldán yace moribundo. Batalla de Roncesvalles
Cuando, el 25 de mayo publiqué la entrada sobre el Canto de Altobiscar, a más de uno (yo incluido), le extrañó que V. M. Arbeloa no entrara al trapo de un tema tan nuestro y con tanta repercusión en la literatura vasca. Fue un espejismo. No pasaron 10 días cuando me llego un correo suyo disculpándose (¿de qué?) por el retraso y adjuntando este trabajo que hoy podéis leer y que publicó “hace años”.
Lo escrito por Arbeloa corrobora lo que se dice en la entrada del 25 de mayo, pero añade muchos más datos y hace referencias a autores y poemas que me van a dar pie a hacer una nueva entrada sobre un tema familiar: “El Roncesvalles navarro”, versión fragmentaria (100 versos) de la Chanson de Roland, escrita, según VMA, en romance navarro.
Quiero agradecer de todo corazón esta generosa y profunda aportación de Victor Manuel:

EL CANTO DE ALTABISCAR
Después de recitarnos los textos históricos más significativos sobre la rota de Roncesvalles, tuvo aún tiempo Javier, mientras bajábamos desde Lepoeder por la antigua calzada romana y camino de Santiago, para entonar otro canto épico, que no tenía nada que ver ni con la Chanson de Roland ni con el romancero español.

No era tampoco, como alguien pudiera imaginar, El Roncesvalles navarro [si este enlace no funciona bien, no preocuparse, que sobre él irá la próxima entrada], aquel cantar de cien versos, compuesto en romance navarro durante el siglo XIII y encontrado en Pamplona, en el que vemos a Carlomán, esmorecido, lamentarse ante los cadáveres de tres de sus pares:
Vido a don Roldán acostado a un pilare,
como se acostó a la hora de finare...
No. Nuestro juglar andariego comenzó a decir los primeros versos con mucho pecho, sorprendiendo una vez más al sosegado Antonio y hasta a los sudorosos peregrinos franceses que acababan de pasar:
Oiu bat aditua izan da
Euskaldunen mendien artetic...
(En medio de los montes Euskaldunes
se eleva un grito, nuncio de borrascas...)
La versión castellana que cito es la del poeta navarro Hermilio Olóriz –que así firmaba por entonces-, en el primer número de la Revista Euskara (1878), la revista de la Asociación Euskara de Navarra, de la que era secretario. Olóriz, entonces un joven poeta romántico y patriota, hace una versión literaria del Cantar, en romance real irregular, después de haber conocido las versiones de Pablo Ilarregui y de Obdulio de Perea.
Olóriz llama al Altabiskarco Cantua, que él traduce por “Canto de Altobiscar o Aztobiscar” (sólo este segundo nombre es correcto, como sabe el lector) grito de independencia en el que se siente palpitar el noble e indomable espíritu de la raza euskara, ese himno sagrado de nuestras montañas, sencillo y grandioso como las más sublimes concepciones homéricas... Ni que decir tiene que el poeta pamplonés cree ciegamente -en contra lo que puedan decir críticos como Jean François Bladé, quien en 1869 denunció la impostura- en la originalidad del poema al que sitúa nada menos que en el siglo VIII, citando en su favor a Mr. De Monglare (¿Monglave?), J. Agustín Chao, Modesto Lafuente, Gómez Avellaneda y Julio Nombela. No se queda ahí el ingenuo de Olóriz sino que, con argumentos peregrinos, que hoy nos hacen sonreír, asevera que el supuesto poema euskaro, escrito en una lengua filosófica, en una lengua cuya cuantidad poética es infinita, es un romance octosílabo, que es nada menos que el origen del romance castellano.
Nuestro bardo andarín comienza a recitar el Cantar nada más comenzar a descender desde Haritzmakur. El fiero dueño del caserío ha oído un grito en su puerta, que ha despertado hasta a su perro. Algo más que un grito, un clamor se oye luego en el collado de Ibañeta. Pasan miles de soldados, esos hombres del Norte, que han venido a turbar con un zarzal de lanzas el reposo de las montañas que Dios alzó para que los hombres no las atravesasen. Ya las rocas que arrancan los vascones comienzan a caer sobre la tropa enemiga. Oh, cuántos huesos quebrados, qué mar de sangre:
Escapa! Escapa! indar eta zaldi dituzuenac.
Escapa hadi, Karlomanoerregue, hire luma beltzekin eta hire capa gorriarekin;
Hire iloba maitea, Errolan zangarra, hantchec ila dago.
(... Los de Francia/ que aún tenéis un corcel y aún tenéis fuerzas / huid, huid, de la feroz batalla. / Y tú, Rey Carlo-Magno, con el yelmo / de plumas negras y la roja capa / huye porque Roldán ya en tierra cae / como los robles al golpear el hacha).
Ferragut (izda, lanza rota) cae ante Roldán. Capitel del palacio de los reyes de Estella
Jon Juaristi afirma que la tradición oral vasca no conserva memoria alguna de la batalla de Roncesvalles. En Navarra no fue así. Baste recordar el mencionado cantar de gesta navarro sobre Roncesvalles, bien estudiado por el profesor González Ollé, quien recuerda otras pruebas de tradición oral: el capitel del palacio de los reyes de Estella, con el combate de Roldán y Ferragut, y la Nota emilianense, escrita en un mal latín en el monasterio de San Millán, segunda mitad del siglo XI, y resumen rápido de la batalla en la versión francesa rolandiana.
Pues, si no había tradición vasca, había que inventarla. El año 1834 el socarrón estudiante bayonés en París, Francisque-Eugène Garay de Monglave, que desconocía el vascuence, compuso un poema sobre la “batalla” de Roncesvalles, para cantarlos con sus compañeros vasco-franceses de la Escuela Politécnica. Según Bladé, se inspiró en los cantos osiánicos (del legendario bardo escocés Ossián, siglo III), traducidos y adaptados por el poeta también escocés James Mcpherson (1736-1796), y muy populares en toda Europa. Uno de los compañeros de Garay, Louis Duhalde d´Espelette, que tampoco dominaba la lengua de su niñez, tradujo de mala manera a su dialecto bajo-navarro el poema, con el título Altabiskarco Cantua, y así se publicó el mismo año en el Journal de l´Institut Historique, del que Garay era secretario
Como otros autores hacían por ese tiempo (Otaegui, Michel, Chao) para envejecer sus inventos hasta los tiempos del señor de Oñaz, de Sancho Abarca, o del mismísimo Aníbal, Garay inventó la trapisonda de haber visto una copia en pergamino del Cantar en casa del ministro revolucionario de justicia, sustituto de Danton, el vasco-francés Dominique Joseph Garat (1749-1833), después senador y conde del Imperio. Éste a su vez lo habría recibido del general Latour d´Auvergne, el célebre primer granadero de Francia, a quien lo habría entregado, el año 1794 en San Sebastián, el superior de un convento de Fuenterrabía.
Para cuando el clérigo anglicano y erudito vascófilo Wentworth Webster identificó definitivamente, en 1883 la patraña, muchos autores habían dado el texto por auténtico, y a los citados podríamos añadir Amador de los Ríos, Fauriel, Michel, y el mismo Manterola. El maestro Menéndez y Pelayo se asombraba de que esta mediana fabricación osiánica hubiera tenido un éxito verdaderamente increíble y escandaloso.
Navarro Villoslada, que declara no querer entrar a discutir la antigüedad del texto, y haciéndose perdonar el anacronismo, pone en boca de la loca Petronila, capítulo IV del segundo libro de Amaya, una traducción libre del Cantua, en forma de un ágil romance, que no debía de conocer Olóriz cuando escribió el suyo. Esta vez la lucha es entre godos y vascones. Con este escalofriante final:
A cebarse en carne goda / vendrán de noche las águilas
y blancos siempre los huesos / quedarán de la batalla.
Paradójica placa que todavía permite el Ayuntamiento de Ansoáin
También Arturo Campión [leed el enlace] se inspira en el poema de Garay para su poemita en prosa, Orreaga  [este enlace te invita a dercargarte, sin miedo, todas las versiones del poema] que incluye, entrecomillado, uno de los versos de aquél. 
Hasta Sabino Arana Goiri, en Bizkaya por su independencia, da una versión libre de dos fragmentos del Canto de Altabiscar.
Ya cerca del fin de nuestra caminata, Javier, que ya se sabía la historia del embuste literario, declama con voz velada el cuadro desolador tras la matanza de los francos:
Gabaz arranoac joain dira haraguipusca lehertu horien jatera
Eta hezur oriec oro churituco dira eternitatean”
Y en la traducción romanceada de Olóriz:
De la invasión armada
los huesos blanquearán eternamente
y allá en la noche las voraces águilas
vendrán al son de los profundos vientos
a comer de sus carnes machacadas!

jueves, 7 de junio de 2012

Mi tío Narciso, por Pablo Gil

Estas son las palabras del jesuita Pablo Gil que me ha enviado Conchita Vela:

Obituario basado en la homilía predicada en el funeral del P. Narciso Mendiburu S.J
La vida del P. Mendiburu se desarrolla en una doble historia, una historia extraordinaria y otra historia ordinaria.

La historia extraordinaria
Cemboráin desde la Venta de Zabalceta
La historia extraordinaria nos lleva a Cemboráin, un pueblo pequeño, cerca de Pamplona. Allí vivía una familia ejemplar. Los padres del P. Mendiburu trajeron al mundo a 16 hijos. Dos de ellos murieron en la infancia. De los 14 restantes, cinco entraron en la Compañía de Jesús. De los cinco jesuitas, 3 fueron a China como misioneros voluntarios, mientras que el P. Narciso Mendiburu fue como misionero a la India, a la Misión de Ahmedabad, en Gujarat.
De las chicas, tres entraron en congregaciones religiosas. La última que ha sobrevivido a todos es la Hna. Marina, dominica, que ha vivido muchos años en las misiones del Congo. Justamente escapó de la muerte cuando con otras religiosas de su congregación fue aprisionada por las bandas de Hutus y Tutsis que luchaban en una guerra fratricida.

SEVERINO, PACO, ISIDRA, NARCISO, Mª JESÚS, EMILIA, BENJAMÍN, PRISCI Y PEPITO
Esta es la historia extraordinaria y gloriosa del P. Mendiburu.

La historia ordinaria
La historia ordinaria es la del quehacer diario del misionero. El P. Mendiburu era un comunicador nato. Era un gran predicador con pectus (pecho, corazón...) oratorio. Esta elocuencia innata lo llevó en dos direcciones paralelas: la educación en los colegios de los que fue director por muchos años, y los ministerios pastorales, sobre todo por medio de los ejercicios espirituales a alumnos y alumnas.
Sus ejercicios a alumnos cristianos y no cristianos dejaban una honda huella, y le granjearon muchos amigos. Como ejemplo puedo citar el caso de una alumna musulmana a la que llamaba "mi catecúmena" porque le pidió que la bautizase. Esta alumna se quedo tan agradecida al P. Mendiburu que muchos años después, en un viaje que hizo el P. Mendiburu a España hace dos años, le pagó el billete de ida y vuelta, y como ella vivía en Londres, salió a encontrarse con él en el aeropuerto de Heathrow, en Londres.
Como parte de su ministerio pastoral, en uno de sus viajes a España, se trajo la famosa película "Marcelino Pan y Vino", que tuvo un enorme éxito en la India, pues la proyectó tanto en los colegios como en las misiones vivas 250 veces. Él mismo traducía el diálogo castellano al inglés o al Gujarati, según las necesidades. Llevaba estricta contabilidad de las veces que había proyectado la película, y al final, escribió un artículo que publicó la revista internacional de misiones "Christ to the World" que Mendiburu tituló: "He predicado el mismo sermón doscientas cincuenta veces."



Salpicaba sus sermones y homilías con historias, anécdotas, ejemplos y juegos de palabras que amenizaban el mensaje espiritual y dejaban profunda huella en los oyentes.
El P. Mendiburu era un buen religioso. El recuerdo que muchos de sus alumnos guardan de él es el verlo andar por los corredores del colegio después de las clases de la tarde, rezando el breviario o desgranando las cuentas del Rosario que nunca omitía. Su espiritualidad se basaba en principios y prácticas fundamentales: el rezo del breviario, el Santo Rosario y la Eucaristía.
Hasta hace muy poco, cuando estaba ya retirado por enfermedad, se le veía paseando muy despacio por el patio de la enfermería, apoyado en su bastón, rezando el Santo Rosario. Él solía presidir la Eucaristía en la Misa de los enfermos y en ella hacía un corto comentario del evangelio del día.
Hace pocas semanas discutíamos en su cuarto, en una de mis muchas visitas, sobre quién de los dos escribiría el obituario del que muriera primero, pues los dos navegábamos ya por la década de los ochenta (él más cerca que yo de los noventa). Pero nunca me imaginé que en unas pocas semanas yo oficiaría en Pamplona en su funeral.
Al final de mi homilía en la iglesia de los Jesuitas de Pamplona di las gracias de parte de la Provincia del Gujarat a la comunidad jesuítica de Pamplona, que realmente se volcó en hacerle menos dolorosos los últimos días de su vida en la enfermería y en la clínica, visitándole todos los días y arropándole hasta el último momento.
Quiero acabar citando las palabras que me escribió el Provincial del Gujarat el dia de su muerte en respuesta a mi correo informándole de la muerte del P. Mendiburu:
"El P. Mendiburu fue siempre un fiel y alegre Jesuita.- Amaba su vocación con verdadera devoción. Con su jovial comportamiento influyó positivamente en muchas personas y derramó alegría a raudales en todas las comunidades donde vivió".
P. Pablo Gil S.J.

viernes, 1 de junio de 2012

Fco. de Val: "Qué bonita es mi niña". Versiones


Qué bonita es mi niña (Trigales verdes), sea en foma de bolero o de milonga, es una canción tan bella que ha sido la elegida por muchos padres (y madres) para cantar a sus niñas (y también niños).
Comenzó su andadura en un libro llamado "Angelus" escrito por Francisco de Val en 1948 (o seguramente antes) como una poesía musicada en forma de bolero.