Entrada al cementerio de Cemboráin. Al fondo, la Peña Izaga |
Actualización 01.11.11, día de Todos los Santos:
El pequeño cementerio de Cemboráin, en Navarra, acogió el 1 de Noviembre a algunas familias que escucharon un responso "bien echáu" y cantaron un emotivo Estrella de los Mares, dedicado a quienes nos precedieron:
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La vida sale al encuentro...
Tendría unos 15 años cuando cayó en mis manos “La vida sale al encuentro” (te lo puedes descargar) de Martín Vigil. Aquel libro supuso para mí una bocanada de aire fresco en aquel ambiente enclaustrado del seminario de Pamplona. Fue capaz de hacerme traspasar por unos días las tapias que me encerraban.
Los protagonistas eran chicos y chicas de mi edad y de mi tiempo: Nacho y Pancho, Mito y Cheché... Karin... Con la diferencia de que representaban, al menos en mi mente, la vida de verdad frente a la que yo llevaba: una vida de invernadero.
Recuerdo, en aquel estudio de Gramática, una tarde de domingo que nos permitían leer. Yo saqué de mi cajón aquel libro casi como a hurtadillas, como si estuviera haciendo algo malo, temiendo que si alguien me observaba, se diera cuenta. Mirando a izquierda y derecha, comprobé que no pasaba nada, que cada uno seguía a lo suyo en el silencioso estudio.
Y, durante algunos días, viví con pasión la amistad de Nacho y Pancho, las travesuras de Mito, la pasión por los jóvenes del P. Urcola, el amor de Nacho hacia Karin (¡y yo en el seminario!). Pero, sobre todo, el cariño de Nacho por su hermanico pequeño, por Cheché, afectado por una enfermedad desde el nacimiento y siempre débil, siempre necesitado de protección.
Escuchad a Nacho:
Recuerdo, en aquel estudio de Gramática, una tarde de domingo que nos permitían leer. Yo saqué de mi cajón aquel libro casi como a hurtadillas, como si estuviera haciendo algo malo, temiendo que si alguien me observaba, se diera cuenta. Mirando a izquierda y derecha, comprobé que no pasaba nada, que cada uno seguía a lo suyo en el silencioso estudio.
Y, durante algunos días, viví con pasión la amistad de Nacho y Pancho, las travesuras de Mito, la pasión por los jóvenes del P. Urcola, el amor de Nacho hacia Karin (¡y yo en el seminario!). Pero, sobre todo, el cariño de Nacho por su hermanico pequeño, por Cheché, afectado por una enfermedad desde el nacimiento y siempre débil, siempre necesitado de protección.
Escuchad a Nacho:
“Teníamos otra vez nordeste, que para la ida nos venía colosal. Zarpamos, navegando a buena marcha desde el principio. No hablábamos mucho, pero yo me sentía satisfecho llevándolo conmigo allí. Desde el timón lo veía que se había sentado sobre cubierta, apoyado en el palo y con las rodillas encogidas y abrazadas, vestido con un mono azul suelto como el mío, que quién podía pensar entonces que no fuera un chico como los demás....
Era la hora que más me gusta a mí, el atardecer. El sol, rasando ya por la punta de Cabicastro; una visibilidad de vértigo y los colores como recién lavados; el agua tomando tonos casi de rosa, y luego una paz que te empapa todo...
Entonces cantamos con toda el alma “Estrella de los mares”
Dicen que en el cementerio de Marín está enterrado un muchacho: Francisco Javier Sáez de Ichaso y Falcón, Cheché.
Dicen que en el cementerio de Marín está enterrado un muchacho: Francisco Javier Sáez de Ichaso y Falcón, Cheché.
Y... la muerte está en el camino.
Mi padre, Prisciliano... Mis hermanos Carlos y Sagrario... Hace unos días Ramona, mi madre. Nos habéis ido dejando. Pero hoy volvéis a estar juntos en un rincón del cementerio de Cemboráín.
He visto a Nachico, mi hermano pequeño, llevando la urna de Carlos, el hermano mayor. Y no he podido evitar volverlo a ver cogido del brazo de Carlos ("¡vamos, Hermosuro!"), camino del Gurea, para tomarse su mini de manzana.
Cuando las paletadas de tierra cubrían sus restos, con toda el alma hemos vuelto a cantar el Estrella de los mares
Estrella de los mares
cuyos reflejos
en mis ojos de niño
resplandecieron
¿Te acuerdas, Madre,
¿Te acuerdas, Madre,
a tus pies cuántas veces
recé la Salve?
Del mundo en los peligros
¡ay, no me dejes!
Y a recoger mi alma
ven en mi muerte.
Que sólo quiero,
asido de tu manto,
volar al cielo